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Masacre de La Rubiera: les dieron sancocho a 16 indígenas y los mataron
Se cumplen 55 años de la matanza de La Rubiera, en los llanos. Implicados dijeron que fue 'normal'.
Informes de EL TIEMPO sobre la matanza de la Rubiera. Foto: EL TIEMPO
Cuando los 18 indígenas comenzaron a comerse el sancocho al que habían sido invitados en la hacienda La Rubiera, Luis Morín dio la señal para matarlos.
Fueron tres golpecitos a la puerta de una de las habitaciones. Tres golpes que significaban nada para los indígenas cuibas, absortos en la comida tras más de un día de viaje, pero sí para los ocho llaneros que estaban escondidos con revólveres, hachas y garrotes, que horas antes habían acordado matar a sus invitados.
(Esta historia se publicó originalmente el 7 de julio del 2022)
Salieron por la puerta y las ventanas. Los cuibas, atemorizados al ver a seis hombres y dos mujeres armados amenazándolos, intentaron huir y salieron de la casa principal. Sin embargo, estaban rodeados y no había escapatoria.
“El primero que yo maté fue un indiecito pequeño, de un machetazo. El segundo lo matamos con carizales tirados con un revólver. El tercero lo matamos con Anselmo Aguirre: ese estaba herido y yo lo apuñalié con un cuchillo. Y la otra era una india pequeña, le di dos tiros. También maté una india pequeña con revólver y le di un tiro por la espalda”.
Esa fue una de las confesiones de Luis Morín ante un juez de Villavicencio, donde se adelantó el proceso por el asesinato de 16 indígenas la tarde del 27 de diciembre de 1967 en Arauca, cerca de la frontera con Venezuela. Fue frente a un juez, además, cuando los detenidos argumentaron que no sabían que matar indios era delito. Pensaban que no estaban cometiendo un pecado.
Informes de EL TIEMPO sobre la matanza de la Rubiera. Foto:EL TIEMPO
-¿Por qué lo hizo?- preguntó el juez a Pedro Ramón Santana, otro de los implicados.
-Yo no sabía que eso era malo, que lo castigaban a uno, pues en caso contrario no lo hubiera hecho- respondió el hombre.
El camino hacia la matanza de La Rubiera
La tarde del 25 de diciembre de 1967 Anselmo Aguirre, de nacionalidad venezolana, y Marcelino Jiménez, colombiano, estaban pescando en el río Capanaparo, un afluente entre Colombia y Venezuela, en la cuenca del Orinoco, y que había sido siempre generoso con los llaneros.
Era una jornada rutinaria hasta que vieron varias canoas llenas de indígenas que se dirigían hacia ellos. Había hombres, mujeres y niños recorriendo el afluente.
Lo primero que pensaron los hombres al ver al grupo que se acercaba hacia ellos mientras recorrían el río fue matarlos. Lo segundo, es que ese no era el lugar adecuado, pues se les podían escapar algunos. La escena, escribió Germán Castro Caycedo, quien como reportero de este diario cubrió el juicio, “les hizo sentir cosquillas en la boca del estómago”.
Así que para tener una faena con todas las de la ley, decidieron preparar un mejor escenario para acabar con la vida de estas personas que, para ellos, no eran nada, como en la época de la conquista y la colonia.
La decisión fue invitarlos hasta el hato de La Rubiera. Era a más de un día de camino, pero para los llaneros, valía la pena. No todos los días se encontraban un grupo de 18 indígenas que aceptó ir con ellos tras el ofrecimiento de abundante comida y regalos.
Después de dos días de viaje por el Capanaparo y a pie, al fin llegaron a la tierra prometida. Ya era el atardecer del 27 de diciembre y Aguirre y Jiménez invitaron a otras personas a participar de la matanza.
El primero que yo maté fue un indiecito pequeño, de un machetazo. El segundo lo matamos con carizales tirados con un revólver
Hasta La Rubiera también llegaron Eudoro González, Celestino Rodríguez, Cupertino Sogamoso, Pedro Ramón Santana, Luis Ramón Garrido y Elio Torrealba. En la cocina, preparando el sancocho estaban María Elena Jiménez y María Gregoria López.
Los indígenas esperaban sentados en un corredor, en el suelo, hasta que fueron llamados a la mesa, cuando la comida estaba lista.
“La comida se les sirvió en la mesa en un platón, porque ellos no necesitan cubiertos, comen con la mano y si es caldo se lo tragan a boca de olla”, relató Morín.
Y fue ahí, mientras ellos estaban comiendo, cuando sonaron los tres golpes que dieron inicio a la matanza. Los indígenas no tenían cómo defenderse. De hecho, solo uno tenía un cuchillo.
Los llaneros en sus intervenciones ante el juez durante las primeras audiencias, según recopiló este diario en su momento, narraban lo que hicieron como si hubiera sido una hazaña. Se sentían orgullosos.
“Tenía una macela (garrote grueso) y corrí detrás de uno que iba tirado (herido) con revólver y cuando le di con la maceta por un costado lo acabé de matar. Volví a la casa y me regresé a la ranchería donde estaba trabajando”, contó Sogamoso al juez, cuyo testimonio fue publicado EL TIEMPO en la edición del jueves 11 de mayo de 1972, unas semanas antes de comenzar la etapa final del juicio.
Fue un baño de sangre y cada testimonio entregado al juez lo demostraba. Una de las sobrevivientes, narró Caycedo, quien intentó esconderse debajo de la mesa donde estaban los cuerpos descuartizados de otras dos indígenas, se topó con González, quien confesó cómo la mató.
Germán Castro Caycedo dejó una huella importante en el periodismo colombiano. Foto:Milton Díaz. EL TIEMPO
“Entonces le di un machetazo en la nuca y cayó al suelo y estando en el suelo le di tres machetazos más. Cayó boca abajo. Al principio la india se quejaba porque quedó medio moribunda y ahí fue cuando le di otros tres y ya quedó muerta, esa india tenía como ocho años de edad”, narró en su confesión.
Y agregó: “Regresé a la casa y me encontré con otra que iba saliendo por la esquina del alambre de la palizada y la alcancé también y le di un macetazo (garrotazo) por la nuca y también cayó al suelo y en el suelo le di cuatro más y ahí murió. Esa no se quejó. Del primer macetazo que le di quedó quieta. Tenía como unos 18 años. Tenía vestido amarillo y calzones negros. La primera que maté cargaba guayuco. Luego me sirvieron la comida y me fui a acostar”.
Los muertos fueron 16. Ramoncito, de 30 años de edad; Luisito, de 20; Cirila, de 45; Luisa, de 40; Chain, de 19; Doris, de 30; Carmelina, de 20; Guafaro, de 15; Bengua, de 14; Aruse, de 10; Julio, de 8; Aidé, de 7; Millo, de 4; Alberto, de 3 y un niño que aún no tenía nombre, quien estaba en compañía de su madre.
Mientras sucedía la masacre, las mujeres que prepararon la comida permanecieron en la cocina con los niños, pero les fue imposible no darse cuenta de lo que sucedió. Los gritos, disparos y sonidos de los garrotazos y machetazos fueron imposibles de esconder.
Regresé a la casa y me encontré con otra que iba saliendo por la esquina del alambre de la palizada y la alcancé también y le di un macetazo (garrotazo) por la nuca y también cayó al suelo
La masacre hubiera quedado impune y jamás se hubiera conocido si Antuco y Ceballos no hubieran sobrevivido. Inmediatamente los llaneros aparecieron, estos dos indígenas alcanzaron a escapar y, trepados en unos árboles cercanos a la casa, vieron cómo mataron a sus compañeros.
Luego, cuando ya no había peligro, huyeron hasta su comunidad en El Manguito, a unos 20 kilómetros de Arauca capital.
Los llaneros, por su parte, se acostaron a dormir y solo hasta la mañana siguiente, el 28 de diciembre, se deshicieron de los cadáveres. A algunos tocó rematarlos y luego fueron incinerados. 18 días después, cuando Antuco y Ceballos contaron lo que había pasado, las autoridades capturaron a seis hombres y a dos mujeres por la matanza de 16 cuibas.
¿Por qué los mataron?
En los informes que realizó Castro Caycedo para este diario contó que luego de cuatro años de encierro, previo a la condena, los sindicados “han comenzado a comprender que el indio no es “un animal dañino”, como se les inculcó desde cuando tuvieron uso de razón”.
Para los llaneros matar indígenas era algo normal. Para ellos, como para los españoles cuando llegaron a América, estas personas no tenían alma y “no sospechaban que eran iguales”.
En 635 páginas quedaron consignadas no solo los crueles asesinatos, también las razones. Los cronistas de la época se atrevieron a afirmar que era, entonces, uno de los casos más sangrientos de la historia delictiva de nuestro país.
Informes de EL TIEMPO sobre la matanza de la Rubiera. Foto:EL TIEMPO
En diversos interrogatorios y declaraciones a medios de comunicación, los implicados coincidieron en que era algo natural para ellos matar indios. Sus abuelos lo hicieron, sus padres lo hicieron y ellos lo hacían.
Por ejemplo, Eudoro González explicó que participó en el hecho porque le dijeron que los cuibas se dirigían a su territorio a robar.
“Yo he oído decir que más antes don Tomás Jara dizque mandaba a matar a los indios. Por eso ese día yo maté a esos indios porque sabía que el gobierno no los reclamaba ni hacían pagar el crimen que se cometían”, narró González.
Para Alejandro Reyes, quien en la década de los 70 fue coordinador de Asuntos Indígenas en el ministerio de Gobierno en el Meta, llanos orientales y selva amazónica, y quien es experto en temas indígenas, lo que sucedió en La Rubiera fue una muestra del conflicto que históricamente ha existido con los indígenas en nuestro país y que, básicamente, se resume como la ignorancia de los llamados colonos.
Por eso ese día yo maté a esos indios porque sabía que el gobierno no los reclamaba ni hacían pagar el crimen que se cometían
“Los mataban porque no eran personas, porque no hablaban español o porque no tenían nuestras costumbres. Era una barbaridad. Eso representaba el pensamiento de los colonos ignorantes del llano. Todos ocuparon territorios que antes ocuparon indígenas y lo hicieron desplazando a los indígenas a la brava”, aseguró Reyes, quien incluso fue asesor durante los diálogos de paz con la guerrilla de las Farc en temas de tierras.
Los condenaron, pero la guerra siguió
Fue el martes 6 de noviembre de 1973, cuando luego de varios años de juicios y de aplazamientos, fueron condenadas seis personas por la masacre de La Rubiera.
El jurado, integrado por un fotógrafo, un comerciante y un viejo empleado de la rama judicial decidió que eran culpables por estos hechos. Seis personas debieron pagar 15 años de cárcel por el asesinato de los indígenas.
Sin embargo, durante esos años de proceso, pese a que los medios nacionales cubrieron esta matanza, la guerra en los llanos seguía.
Una de las más crueles fue en la región de Las Planas, la cual recuerda Reyes. Cuenta que la creación de una supuesta guerrilla indígena generó una gran matanza por cuenta de no entender las diferencias culturales.
“Un gran desencuentro entre la cultura indígena y la cultura dominante nuestra. Ninguno de los dos estaba entendiendo lo que hacía el otro, ni las razones que había detrás para que los indígenas organizaran una cooperativa para defenderse del abuso de los comerciantes. Eso no lo entendía el Gobierno, los indígenas no entendían la posición del Gobierno, los ganaderos del Meta exageraron e inflaron la denuncia de una guerrilla indígena que en realidad no era nada, era un grupito de 15, 20 indígenas montados en el camión de la cooperativa huyendo del Ejército”, rememoró Reyes.
Informes de EL TIEMPO sobre la matanza de la Rubiera. Foto:EL TIEMPO
El hombre considera, además, que en el país aún tenemos los mismos conflictos de la época de la colonia, y de la época de La Rubiera.
“Colombia es un museo vivo del conflicto. Aquí ningún conflicto termina nunca de resolverse. Todavía tenemos conflicto territorial, típico de la conquista española, en la cual blancos comerciantes o narcotraficantes están entrando a territorios indígenas del Amazonas, desplazan, roban territorio, sacan recursos y se van. Aquí no han terminado las relaciones de coloniaje. No hemos superado el periodo de la colonia”, sentencia.
Sin embargo, parece, hay quienes pueden cambiar. O eso podría sugerir un diálogo entre el juez y María Elena, cuando comenzaron los últimos días del juicio.
Esta mujer, quien en el veredicto final fue absuelta, incluso dio a luz en la cárcel.
-¿Qué piensa de los indios? –preguntó la juez.
-Son igual que un cristiano pero les falta lo que a uno: la civilización.