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Análisis
Los disturbios en el estadio de Miami: ¿es verdad que los colombianos 'somos así'?
Expertos en diversas áreas analizan el episodio de vandalismo que un grupo de colombianos en la final de la Copa América. ¿Qué puede disparar un comportamiento como ese?
Hinchas colombianos ingresando al estadio a través de un ducto de ventilación. Foto: X: @BioSaura
Los jugadores de ambos equipos ya calentaban en la cancha. Faltaban pocos minutos para el comienzo de la final de la Copa América: Colombia vs. Argentina. Se esperaba una fiesta, pero lo que empezó a vivirse en el Hard Rock Stadium de Miami fue un infierno. Una estampida de hinchas colombianos —también argentinos, aunque eran minoría— se lanzó hacia las puertas con la intención de entrar sin boleta. Treparon las rejas, saltaron las vallas, se colaron incluso por los ductos de ventilación.
En su camino todo quedaba destruido. Escaleras eléctricas, detectores de metales, barreras de protección. Muchos consiguieron su objetivo —se habla de un sobrecupo en el estadio cercano al 15 por ciento—, otros fueron detenidos. Hubo gente desmayada, niños perdidos entre la multitud, decenas de personas con boletas oficiales que no pudieron entrar. ¿Qué provocó ese descontrol? ¿Qué encendió el caos?
La respuesta rápida que apareció en las redes se concentró en frases conocidas: “Claro, son colombianos”, “típico de narcos”, “qué país tan primitivo”, “pensaron que estaban en su tierra de sicarios”, “de la misma forma cruzaron la frontera” y un largo etcétera que identificaba la acción de ese grupo de hinchas con la de todo un país. Una conclusión que, según expertos en diferentes áreas, es equivocada. “Aquí uno puede hacer la fácil y decir: la cultura colombiana es así. No es cierto. No existe tal ‘cultura colombiana’ que nos haga así”, dice Wilson López, doctor en Psicología Social dedicado al estudio de acciones colectivas. “Atribuirle al hecho de ser colombiano una conducta que no es prudente o va en contra de las normas no es adecuado —confirma el psiquiatra Alfonso Rodríguez, que trabaja en salud mental comunitaria y también estudia los fenómenos colectivos—. Episodios como los de ese domingo 14 de julio responden a fenómenos de masas en los que están en juego ingredientes que no tienen que ver con nacionalidades, con razas o causas genéticas”.
Un primer elemento presente es la identidad grupal, algo que el fútbol —y en especial una selección nacional— tiene el poder de despertar. Sentirse “parte de algo” conlleva un compromiso emocional que puede provocar que ni la razón ni los valores operen de forma adecuada. “En ese momento, el nivel de acción de la ley no importa. Es algo lejanísimo”, agrega López, y trae a colación una de las tesis por las cuales el psicólogo estadounidense Daniel Kahneman recibió el Nobel de Economía en 2002. Kahneman habló de dos sistemas de pensamiento en los seres humanos. El primero: instintivo, emocional, rápido. El segundo: reflexivo, elaborado, lógico. “Cuando la identidad grupal y la efervescencia están activas, la forma de actuar es la primera —dice López—. Esto no se da solo en el caso colombiano. El inglés más frío o el holandés más racional pueden enloquecerse cuando juegan sus equipos. Por eso en las finales europeas ponen tantos controles de seguridad”.
No es una justificación: sin duda en Miami hubo un comportamiento errado por parte de un grupo de colombianos. Pero sí se trata de entender por qué no es algo derivado del hecho de “haber nacido en un país”.
Otro ingrediente indispensable para que se haya dado ese resultado es que fue un evento masivo. Investigaciones como las realizadas por la filósofa italiana Cristina Bicchieri han demostrado cómo las personas llegamos a actuar de forma diferente en el terreno individual y en el colectivo. “Cuando se presenta un comportamiento como el que se vio, en el que dos o tres personas comienzan a hacer algo imprudente, incluso ilegal, se olvida la conducta individual y se piensa: bueno, aquí todos están haciendo eso, pues yo también lo voy a hacer —dice el psiquiatra Alfonso Rodríguez—. Hay una cultura que refuerza esta respuesta, y no es necesariamente la colombiana, sino la relacionada con los fanatismos”. Se va armando, entonces, la ‘tormenta perfecta’: fútbol, identidad, fenómeno de masas, fanatismo.
Con seguridad hubo detonantes que condujeron al caos y que posiblemente nunca vamos a poder precisar. Esa primera persona que logró colarse; ese que se lanzó primero sobre una valla. No es indispensable que la gran mayoría actúe así: los fenómenos de masas se han estudiado incluso matemáticamente y se ha concluido que basta con que el 15 por ciento de un grupo tenga una conducta indebida para que el resto se arrastre a ello.
Daniel Parra es doctor en Economía y sus investigaciones se han centrado en estudiar la deshonestidad. Según Parra, la acción deshonesta conlleva costos intrínsecos —penales, en muchos casos; psicológicos, “cómo me va a ver la gente si entro sin boleta”, “cómo voy a verme a mí mismo al colarme”— ante los cuales, sin embargo, se buscan justificantes. “Sin que haya todavía una investigación de por medio, en este caso podría pensarse que para los que se colaron la justificación era que se trataba de algo ‘único’, ‘ver a mi equipo en la final’. Incluso puede ser que tuvieran características comunes que los llevara a considerar que colarse no estaba mal hecho”. Parra coincide en que reducir el tema a que “todos los colombianos somos deshonestos” es un error. Lo argumenta así: aquí estamos hablando de los que decidieron ir al estadio y actuar de forma indebida, pero no de los que no fueron. “La mayoría de colombianos no intentaron colarse. Ese es mi punto. Es equivocado generalizar”.
Policías arrestan a un hincha en el estadio Hard Rock de Miami. Foto:AFP
El 'triángulo del fraude'
Hace casi cuarenta años, en mayo de 1985, se vivió una de las peores tragedias en la historia del fútbol: sucedió en la final europea entre Juventus y Liverpool, jugada en el estadio belga de Heysel. Más de quinientos heridos y treinta y nueve muertos —la mayoría hinchas italianos— por cuenta de una estampida causada por una pelea entre las barras. Cuatro años después, cerca de cien fanáticos murieron aplastados por la multitud que había ido a ver la semifinal de la Copa de Inglaterra en Sheffield. En 1996, la tragedia llegó a Guatemala: tras una protesta provocada por la venta de boletas falsas para un partido de eliminatorias contra la selección de Costa Rica, cientos de personas se lanzaron hacia las puertas del estadio. Hubo ochenta y cuatro muertos por aplastamiento y asfixia. Los casos podrían seguir en otros países, como los muertos en Argentina luego de ganar el Mundial pasado, o los muertos y heridos en Colombia tras el famoso 5-0. La historia del fútbol ha estado acompañada de excesos, muchas veces trágicos.
El fútbol tiene la capacidad de despertar emociones que otros deportes ni siquiera rozan. “Es algo colectivo, se juega en estadios hechos para miles de personas y —en América Latina, particularmente — ha sido parte del tejido grupal de todos los estratos socioeconómicos”, explica López. En una cancha se rompe la percepción de clases o de razas. La identidad nacional cobra un sentido superior a las individualidades. Si todo esto tan poderoso se pone en juego en un partido de fútbol, hay algo que resulta necesario: considerar con antelación lo que puede suceder alrededor. “Manejar grupos masivos con este compromiso emocional sin que haya control previo es un desastre —dice López—. Cuando existe tal nivel de efervescencia, la gente no evalúa el riesgo. Imagínese la falta de percepción que tenían ese domingo, como para pensar que podían enfrentar a un policía gringo sin que pasara nada”.
Al reflexionar sobre lo sucedido en el Hard Rock Stadium, el doctor en economía Alexander Gotthard, que forma parte del Laboratorio Experimental y Conductual de la Universidad Javeriana, cita el llamado “triángulo del fraude”. Es una teoría del sociólogo estadounidense Donald Cressey que, si bien se usa en comportamientos dentro de instituciones, puede aplicarse en este caso. “Al final se trata de personas que transgreden normas”, dice Gotthard. La teoría plantea tres factores presentes en estas situaciones: el incentivo, la racionalización y la oportunidad. En este caso —según el economista— el incentivo era claro: querían ver el partido y si eso implicaba meterse por los ductos de ventilación, lo iban a hacer. En cuanto a la racionalización, muchos en su mente justificaron su acción porque la final de la Copa era algo importante. “Algunos decían con orgullo, ante las cámaras de televisión, que iban a entrar al estadio sin importar cómo”. La oportunidad estaba servida: los organizadores no estaban preparados para responder a un evento de estas dimensiones. Se armó, así, el triángulo del fraude. “Y es difícil meterle la culpa a un solo factor”.
A todo esto viene a unirse otro ingrediente clave: el alcohol, que “desinhibe las regiones frontales del cerebro, impide que haya un control sobre el comportamiento, favorece la impulsividad y la toma de decisiones irreflexivas”, según explica el neuropsiquiatra Juan Manuel Orjuela-Rojas. Es decir que puede funcionar como la mecha que dispara todo. O, según dice la psicoanalista Lucía Restrepo, no solo como mecha, sino como dinamita. Y hay otro elemento presente en estos fenómenos de masas —explica Restrepo—. El anonimato. “La persona piensa: nadie va a saber que soy yo la que está haciendo esto, así que puedo actuar disimulada entre la multitud. El anonimato lleva a acciones que en otros contextos se omitirían o controlarían más”.
En esto coincide la psicoanalista Bertha Gamarra. Son comportamientos que se presentan en masas anónimas en medio de las cuales el individuo actúa de forma automática, se deja llevar por impulsos primarios y la conciencia moral pierde capacidad y eficiencia. “Se ha dicho que es una conducta propia de los colombianos. Nada más falso. Es una conducta humana —dice Gamarra—. Lo que pasó en Miami puede compararse con lo sucedido en Washington con la toma salvaje del Capitolio. Muy probablemente las personas que participaron en el vandalismo del domingo, individualmente, no serían capaces de hacerlo. Pero en la euforia, mimetizados en la masa, se vuelven capaces, despersonalizándose y sin pensar en las consecuencias”.
Audiencia de Ramón Jesurún. Foto:Archivo particular.
La necesidad de líderes
Las crisis de las instituciones también pueden tener un papel en estos comportamientos. Así no sea evidente, terminan por influir en la sociedad, en la familia, en el individuo. “En un país donde los que están arriba se vuelan la ley y no pasa nada, la gente común y corriente puede decir: ¿y yo por qué tengo que cumplirla?”, dice López. Por eso son tan contraproducentes los escándalos de corrupción protagonizados por instituciones como la Policía o el Gobierno. De los líderes se espera otro tipo de acción.
“De ahí que lo sucedido con Ramón Jesurún sea una vergüenza —agrega López—. Como presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, es representante de un país. No puede comportarse como lo hace la masa”. Ese mismo día, en el Hard Rock Stadium, Jesurún acabó detenido por las autoridades luego de protagonizar, junto a su hijo, una pelea con el personal de seguridad. Las imágenes de él esposado y con el traje naranja típico de los presos en Estados Unidos circularon por todos los medios. Llegaron las explicaciones, los comunicados, las supuestas razones de lo sucedido. “En este caso hay cosas que sí son muy nuestras —dice la psicoanalista Lucía Restrepo–. Ahí está el famoso ‘usted no sabe quién yo’”.
El papel de los líderes no debe tomarse como secundario. De hecho, en fenómenos de masas, los límites suelen imponerse desde afuera. “Si queremos cambiar conductas como las que vimos en Miami, tenemos que trabajar en el testigo y en el entorno —dice el psiquiatra Rodríguez—. Cuando hay censura social, el comportamiento empieza a cambiar”. Es un trabajo que, según el experto, se puede hacer desde antes. Hay formas de generar alertas, con voces que representen autoridad, respeto y credibilidad entre la gente. Que ejerzan una verdadera influencia moral. De ahí la importancia de los buenos liderazgos. Es claro que las fuerzas policiales, el domingo, no cumplieron ese papel.
También resulta clave la construcción de nuevas narrativas que no repitan la idea de que los colombianos “estamos condenados a ser así”. “Nuestra historia está llena de fracturas, sí, pero no es cierto que seamos violentos por naturaleza”, dice López, y plantea el ejemplo que dio la selección colombiana en el terreno de juego. “Este equipo mostró cosas preciosas”. Es cierto. Lástima que los titulares de su actuación terminaron mezclados con los del escándalo.