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Retrato o selfi de dos víctimas adolescentes
Perfiles que hacen parte de los 3.416.283 niños, niñas y adolescentes afectados por el conflicto.
Si abrimos la app de sus vidas, se llevan pocos meses. Una tiene 17 años; la otra ya exhibe la contraseña que le acredita 18. Una de signo géminis; la otra, ariana. Una es aire; la otra, fuego. Una nació en Sogamoso; la otra, en Bogotá. Una es más baja de estatura; la otra, un poco más alta, se llevan diez centímetros. Una es delgada; la otra… no lo es. Una tiene pelo de un solo color; la otra, bicolor. Una viste de color claro; la otra, de color oscuro. Una prefiere los suéteres de cuello alto; la otra, las blusas ombligueras.
Si reparamos en su historial, una creció en una familia unida, sin violencia; la otra, en un hogar desmantelado, con altos índices de brutalidad intrafamiliar. Una disfruta de dos hermanas; la otra, de un hermano y una hermana. Una es la menor; la otra, la mediana.
Si observamos los “Me gusta”, una jugaba de todo; la otra, a la cocina, rejo quemado, ponchado y stop. En su playlist, una delira por el rock; la otra, por la bachata. Una casi no le da like a la danza; la otra podría hacer tik tok con cualquier baile. Una es la reina de los hobbies; la otra se salta ese anuncio. Una toca oboe; la otra… ni el timbre.
Las matemáticas, el español y sociales son los favoritos de una; la geometría y la física, de la otra. Una era nerda en el colegio; la otra no. Una nunca perdió un año; a la otra se la acabó la batería en dos, ambas veces se descargó por la separación de sus padres.
La una le tiene antivirus al fútbol; la otra lo procesa, gracias a un ex que pagaría por un Fifa 21 ultimate edition con Millonarios.
Para una, El perfume, de Patrick Süskind, y El don de tu alma, de Robert Schwartz, sobresalen en su biblioteca; la otra sigue a Satanás, de Mario Mendoza.
Las series de fantasía y documentales son la tendencia para una; la otra hace, sin problema, una maratón 10k de Los Simpson o Futurama.
Socialmente, una se identifica como ‘instagramer’; la otra es bisocial: Facebook y Whatsapp.
Jóvenes víctimas por el conflicto armado. Foto:Unidad de Víctimas
El perfil de una es de Angélica María Corregidor; el de la otra es Karen Daniela Sánchez. Ambas comparten las consecuencias del conflicto. Ambas comparten el desplazamiento forzado de sus familias ocasionado, para una, por los combates entre el Ejército y la guerrilla, cerca al municipio de Mongua, en Boyacá; para la otra, por la toma guerrillera de El Agrado, en Tolima. Por eso, ambas hacen parte del grupo de 3.154.982 niños, niñas y adolescentes víctimas del conflicto por desplazamiento.
Ese terror ni el inxilio forzado hacen parte de su RAM. Obvio, eso fue por allá a principios de la década del 2000 y finales de los 90, respectivamente. Si lo cuentan es porque el padre de una alguna vez oprimió F5 para actualizar sus recuerdos; en el caso de la otra fue su mamá quien se los expandió al contarle cómo sobrevivieron debajo de las camas para protegerse de la descarga de bazucas, granadas y cilindros de gas de las Farc-Ep.
Por esos hechos, sus familias guardan en su archivo varias mudanzas en búsqueda de la tranquilidad perdida. Sus madres silenciaron las relaciones con sus PDF (Parejas De-finitivas): la mamá de la una borró solo a uno, su padre, y se gana el pan atendiendo un restaurante; la madre de la otra ya bloqueó a dos en su corazón, el primero por violencia marital; el segundo por infidelidad. Pese al corazón roto descubrió que tiene buen cardio: la ausencia de pareja la empuja a trotar 17 kilómetros los lunes, miércoles y viernes detrás del camión de la basura para llenar varios costales con materiales para reciclar y así mantener a sus hijas.
Por eso, a Angélica y Karen le gustaría crear un directo a las conciencias de los jóvenes. Al respecto, el comentario de una dice que lo haría porque su generación “vive en el mundo de las redes sociales, en el que lo único que importa es vernos bien ante los demás… que yo quiero ser como ella, que yo quiero tener esto y quiero hacer lo otro, y lo importante es que no nos damos cuenta de lo importante que somos nosotros como seres humanos, nuestra esencia”.
Ese mensaje la otra lo retuitea.
En su siguiente comentario una afirma: “A los jóvenes no nos interesa investigar más allá; hay que ver el otro lado, vemos el mundo muy por encima. En redes sociales no vemos la violencia, vemos estereotipos, no vemos como, por ejemplo, en las comunidades étnicas pasan tanta pobreza, viven tanto desplazamiento, y no se valora el arte y la cultura que ellos tienen”.
La otra también comparte ese mensaje y publica: “A los jóvenes de ahora les falta mucha cultura; es necesario hacer conocer lo que está pasando en el país”.
Con esa conciencia de cincelar una mejor Colombia y de forjarse un mejor futuro, una comenzó Artes Plásticas este semestre; la otra espera continuar con sus estudios de Enfermería, después de la pausa forzada por culpa de la pandemia que afectó al restaurante en el que trabajaba para pagarse su carrera y que además le impone comprarse un computador, por aquello de la virtualidad.
Por eso, la una, Angélica, tiene el hashtag: #necesitamosempoderarnosalzarnuestravoz; la otra, Karen, #yoquieroservir. Esta es la selfi de sus vidas y de su porvenir… Cerrar sesión.