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De viajar por los océanos del mundo a navegar en la biblioteca El Tintal
Esta es la historia de Jesús Díaz, marinero y lector que repasa desde Bogotá los puertos que visitó.
Para Jesús Díaz, leer se convirtió en otra manera de volver a recorrer el mar. Foto: Archivo particular.
La última vez que vio el mar, Jesús Díaz sabía que lo iba a anhelar por el resto de su vida, que al finalizar cada tarde iba a sentir nostalgia por contemplar el sol muriendo en el agua, en el horizonte.
Desde donde conversamos, en el segundo piso de la biblioteca El Tintal, en la localidad de Kennedy, se alcanzan a ver las personas en la calle. El color del cielo se torna rojizo, brillante. La voz de Jesús se escucha tenue. Habla con emoción de sus viajes por el mundo, intentando no perturbar el ambiente calmo.
Cuando se radicó en Bogotá, necesitó un consuelo para aliviar el recuerdo de los océanos que dejó atrás, cuenta. Llegó en 2006 a vivir al lado de la Biblioteca Pública El Tintal Manuel Zapata Olivella. “Compré biblioteca con apartamento”, me dice sonriendo tras el tapabocas. Había navegado por más de 27 años; sin embargo, no quería que su viaje terminara.
Nació en 1958, en Bogotá, el 16 de enero, un jueves. Vivió sus primeros años en el barrio San Carlos. De allí, como con un ancla, fijó en su memoria el recuerdo de las tardes lluviosas cuando hacía barcos de papel y los ponía a navegar por las caudalosas corrientes que se formaban en las calles.
Después, se trasladó con su familia a Anapoima (Cundinamarca), de donde eran oriundos. De su padre le vino el gusto por la literatura; de su hermano, el amor por el mar.
La primera aventura
Jesús en una de sus aventuras, aquí en Inglaterra. Foto:Archivo particular.
“Para ver el mar –cuenta– tuve que esperar tres meses desde que llegué a Barranquilla, pues los grumetes estábamos encerrados en la que, en esa época, se llamaba Base Naval de Entrenamiento y solo hasta que juramos bandera nos dejaron salir (…) lo vi por primera vez en Puerto Colombia, bello, azul, impecable… Me encantó”.
Tenía 20 años y las infinitas ansias de pisar todos los puertos que pudiera conocer.
El día en que se embarcó en el buque escuela Gloria, insignia del país en los mares, fue un lunes de marzo de 1979. Eran las 4 de la tarde, recuerda, y había caído una llovizna toda la mañana. Aguardó dos años y seis meses ese momento, desde que su hermano le contó de este buque y de las posibilidades de recorrer los océanos. El agua estaba calma, como un valle líquido.
En los ojos de Jesús perduran los mares que contempló por 27 años. La mirada es profunda, diáfana, dulce, y domina su rostro entusiasta. Cuando sus dedos pasan las páginas de un libro, dejan ver la liviandad con que hace todo. No hay movimientos bruscos, nada descompone el instante de quietud en que se sumerge al recorrer con sus pensamientos una novela. Por estos días, relee Novecento, de Alessandro Baricco.
Los poemas y dibujos
Le pregunto por el cuaderno azul oscuro que sujeta de manera vehemente; me dice que ahí lleva sus poemas y dibujos. Abre algunas páginas, se ven versos y hojas sueltas con trazos a lápiz; habla de ellos como un tesoro, como la obra por la que quiere ser recordado.
Las aventuras de Jesús Díaz por el mundo son incontables. Foto:Archivo particular.
En El Tintal me siento como un navegante viajando entre un mar citadino.
Por eso, afirma, también le gusta la biblioteca, por las posibilidades de conversar y oír algún cuento, o narrar una de sus aventuras oceánicas. Su forma de expresarse tiene un dejo poético, nacido, seguramente, de tanta literatura.
“En El Tintal me siento como un navegante viajando entre un mar citadino, las calles, los buses, las personas, toda la vastedad de la llanura marina transformada en un oleaje de seres que, en su afán, recorren la ciudad”.
En el 2016, la biblioteca expuso una obra suya llamada Los soñadores (vea la galería aquí). La compone una serie de dibujos en los que se ve a esas personas que toman una silla en alguna de las salas y, con total tranquilidad, se entregan a un sueño reparador: “En ocasiones puede durar horas, ¡algunos hasta roncan!”. Sonríe de nuevo. La sonrisa es su carta de presentación.
Mira. Contempla. Antes, el mar, hoy a Bogotá. Le gusta la lluvia, le fascina ver caer el agua, ver cómo cambia todo cuando llueve. Lo cual explica su gusto por esta ciudad fría, su propósito de abandonar el océano para refugiarse en ella.
Recuerda al detalle, con cariño, cada puerto, cada lugar que lo recibió y en el que fue feliz. De la Armada le quedó ese carácter minucioso que indaga, que busca, que viaja a las profundidades de lo que quiere conocer. Meticuloso, rutinario, constante, así es Jesús.
El buque escuela Gloria
Jesús en una de sus habituales rutinas de vigilancia en el Buque Gloria. Foto:Archivo particular.
1979. Marzo. Siete meses después de ver el mar, por fin pudo subir las escalinatas del Buque Escuela A.R.C. Gloria, fue el premio por ocupar el mejor puesto en las pruebas del curso al que estaba inscrito en la base de entrenamiento. Solo se les asignaba este buque a los dos primeros en las pruebas. Los demás eran distribuidos en diferentes navíos en puertos locales.
“A los dos que fuimos seleccionados nos llevaron frente al buque y allí nos presentaron al oficial de guardia de ese día –rememora Jesús– el oficial nos dijo, examinándonos de arriba a abajo, con voz amigable, ‘bienvenidos a bordo, pueden dejar sus ahí sus tulas’ y nos señaló un lugar en las literas”.
Luego de pensarlo un momento, sigue contando: “A la mañana siguiente, a las 8 de la mañana., me asignaron al grupo del palo mayor, en el sobrejuanete”. Su mirada se extravía en la memoria de ese instante.
Con añoranza explica que le asignaron el sobrejuanete del palo mayor, el palo más alto, por ser el nuevo marino, pues allí se está por encima de los 20 metros de la cubierta de la nave, es donde se siente con mayor intensidad el movimiento del buque.
“Uno se acostumbra… Cuando estábamos navegando había una maniobra que se llamaba ‘descubierta’, que quiere decir que cada uno debía subir a su vela y pasar ronda para verificar que nada estuviera suelto, que todo estuviera bien. Subía antes del ocaso y, después de la inspección, me quedaba viendo descansar el sol. Únicamente bajaba cuando ya no se veía nada. Así pasaba las tardes, contemplando el océano, hermoso”.
A bordo del buque Gloria viajó por el mar Caribe en 1979, por Estados Unidos y Europa en 1980 y, en 1981, de nuevo surcó las aguas del Caribe. En junio de ese año descendió definitivamente para dedicarse a estudiar Hidrografía en la Base Naval de Entrenamiento. Luego, resolvió volver a su amado océano.
En 1982 se embarcó en el Buque A.R.C. Malpelo. Allí, Jesús Díaz pasó tres años más, hasta 1985, haciendo parte de las primeras tripulaciones que dirigieron esta nave. Recuerda que estudiaban el fenómeno del Niño. Lanzaban botellas Nansen y Niskin para medir la temperatura del agua, su salinidad… Indicios del agua.
Cuando llegó el momento de dejar el Malpelo, y como en la Armada sabían del talento de Jesús para dibujar, lo llevaron a estudiar cartografía durante tres meses en la Escuela Cartográfica de Fort Clayton, en Panamá. Era 1986. Tenía 28 años. Había recorrido el mundo desde el interior de dos buques. Ahora, su nueva ruta, sus nuevos vientos, su nuevo destino, lo llevaban a diseñar cartas de navegación para que los marineros pudieran ubicarse en el mar.
Jesús Díaz hoy recuerda sus viajes de juventud leyendo en la biblioteca El Tintal de Bogotá. Foto:Archivo particular.
A inicios de los años 90 fue el primero en realizar totalmente el proceso cartográfico de una carta en el Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas. La carta que diseñó fue la de la Bahía de Cartagena, pues antes, paradójicamente, las cartas de la Heroica se habían hecho en Bogotá, a miles de kilómetros de distancia del océano, a 2.600 metros sobre el nivel del mar, en las oficinas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi.
Jesús se reconoce a sí mismo como cartógrafo náutico. Dedicó 17 años de su vida a esta labor: desde 1987 hasta el 2004. En ocasiones volvió a surcar las aguas como parte del proyecto Carta Batimétrica Internacional del Caribe y el Golfo de México de la Unesco, que pretendía conocer las insondables profundidades del mar.
En medio de esas búsquedas, surgió la necesidad de darles nombre a los accidentes submarinos del territorio colombiano.
Si se busca en internet, se encuentran algunos mapas con la referencia de las cordilleras submarinas Tayrona, Sibundoy y Sue, o el cañón Huitoto, el valle Quimbaya, las colinas Arawac y Tumaco, todos en la cadena montañosa del archipiélago de San Andrés.
El proyecto permitió, en su momento, nombrar alrededor de 75 accidentes del fondo del mar en Colombia. Jesús me explica que el grupo decidió hacer un homenaje a las comunidades indígenas del país, por eso estas denominaciones.
Un ancla para Jesús
Jesús Díaz pasa sus días navegando entre páginas de libros en la biblioteca El Tintal. Foto:Archivo particular.
Una pintura suya del 2012, hecha en acrílico sobre lienzo, reúne, como en un teatro, los dos escenarios en los que se ha representado su propia vida: el océano y la biblioteca.
En el cuadro se ve El Tintal, escorada, a punto de sucumbir, como una nao que resiste el oleaje. En la parte inferior derecha de la escena se observa la firma del artista, Poima. Jesús lee el mundo, luego lo pinta, lo reescribe a su manera.
Me cuenta que ha estado en talleres de dibujo, de pintura, de escritura creativa. Jesús habita la biblioteca, como si fuera parte de su hogar, como si estuviera atravesando la sala, después de caminar por la cocina. Pero la biblioteca también lo habita a él, como antes el mar.
En 2006, cuando inició su búsqueda de apartamento en Bogotá, se cruzó con esta zona de la ciudad, no le interesaron los barrios con grandes centros comerciales o inmensas zonas de entretenimiento. Su sueño, como una revelación, se materializó cuando encontró una etapa de apartamentos en construcción en la creciente zona de El Tintal, en el sur occidente, en Kennedy.
Un año después, en una visita de rutina al médico en el Hospital Militar, le diagnosticaron un cáncer de origen genético del que no tenía noticias: mieloma múltiple. Su vida cambió, mas no se detuvo. Debió acostumbrarse a llevar en la espalda, el cuello y la cabeza un artefacto que le permitiera sostenerse, no quedar a la deriva de su propio cuerpo. Aunque la columna se ha recuperado, prefiere seguir llevando el aparato, su ancla, pues le teme a una lesión que sea irreversible. Como navegante, nunca se ha visto como náufrago.
A lo lejos, el cielo amenaza lluvia en los cerros; Monserrate se ve acorralado por unas nubes grises que lo emboscan.
Pronto anochecerá. En la biblioteca se encienden las luces para que los lectores puedan seguir su vida cotidiana de viajantes. Al salir, Jesús se despide de varias personas levantando la mano todo lo elevado que puede. Le sonríen. Pasamos por los grandes portones que nos llevan afuera de El Tintal. Nos despedimos y lo veo alejarse. Lo imagino encaramado en el palo mayor, escudriñando el horizonte.