El crítico de televisión y director del Centro de Estudios de Periodismo de la Universidad de Los Andes, Ómar Rincón, habló con EL TIEMPO sobre el legado del humorista y periodista Jaime Garzón. En su opinión, Garzón no era un humorista, ni un periodista, sino “un político que se vinculaba con lo social”.
¿Qué significó para el país que en los 90 existiera una figura de humor político como Jaime Garzón?
Ese momento demostraba la bipolaridad colombiana. Significó la posibilidad de criticar al poder a través del humor y, al mismo tiempo, nos impresionaba que un tipo tan feo fuera tan exitoso. Era como un refresco en medio de la solemnidad colombiana.
¿Cómo era ese humor que hacía pensar riendo?
En Colombia hoy predomina el humor de cuentachistes: Candela, Tropicana, La Luciérnaga, etc. El país es el hijo de Sábados felices, es parte de nuestra identidad. El de Garzón nos permitía ser un poco más ‘culturosos’, en el sentido en que era un humor que dependía de los personajes, de las situaciones y de estar informado. Lo de Garzón no era ridiculizar al otro, se trataba de una burla del poder, una mofa a la solemnidad, la capacidad de reinterpretar la actualidad informativa. En una frase de farándula: era menos bullying y más ‘burlying’.
¿Cómo eran sus personajes?
Él para cada público y para cada idea se inventaba un personaje. Tenía para hablar desde lo popular a un embolador que era Heriberto de la Calle; desde ahí le preguntaba al poder cosas que no se atrevería a preguntar ningún periodista. Para comentar la realidad del país tenía a Dioselina Tibaná en el Palacio de Nariño, desde ahí comentaba lo que sucedía detrás del poder. Tenía al vigilante del edificio Colombia para contar quién entraba y quién salía del poder. Tenía a John Lenin para hablar de los hippies izquierdosos que encarnan un discurso cavernario de izquierda, tenía a Cínico Caspa para el cavernario de derecha.
¿Por qué lo mataron?
Lo primero, lo mataron porque a la solemnidad le falta humor. A personajes como Álvaro Uribe, Chávez, Trump o Bolsonaro les falta capacidad de reírse de sí mismos. No hay nada que les moleste más que no se los tome en serio. Y cuando tú no tienes una capacidad de reacción, solo te queda la violencia. Lo segundo, lo mataron porque apostaba por la paz. Jaime Garzón no era un humorista o un periodista, sino un político que se vinculaba con lo social. Entonces, él estaba involucrado en temas de paz con la guerrilla, intentaba ayudar a liberar secuestrados, tenía o con las víctimas; también tenía una función política que no le gustaba al establecimiento. Creía en el diálogo social.
Quienes nacieron después de 1999 no alcanzaron a conocer a Garzón, ¿cree que sigue siendo una figura relevante?
A los jóvenes de hoy les digo por qué verlo: primero, porque le juro que dirá: este tipo me pone a pensar. Segundo, porque era un tipo muy feo pero que a punta de inteligencia y de humor se conseguía a las mejores mujeres. Tercero, porque se burlaba del poder y no se burlaba de los pobres. Cuarto, porque creía profundamente en que Colombia tenía posibilidades de futuro en la convivencia y en la paz. Quinto, porque pensaba que había que desmovilizarnos todos de esos cerebritos violentos que tenemos construidos. En Colombia nos enorgullecemos de bobadas en vez de construir futuros posibles.
Algunos sectores se han tratado de apropiar de la figura de Garzón, ¿qué tan acertado es esto?
Jaime Garzón tiene una tradición de apropiaciones. Se hizo una telenovela sobre él, exitosísima. Se hacen eventos en nombre de él, exitosísimos; la izquierda quiere apropiárselo como ídolo de los derechos humanos, como un tipo solemne, le quiere quitar la risa, le quiere quitar la autocrítica.
La derecha lo quiere volver guerrillero, lo quiere volver un delincuente para la sociedad y él no era ni guerrillero ni paraco, él no era de izquierda ni de derecha, era progresista...
La derecha lo quiere volver guerrillero, lo quiere volver un delincuente para la sociedad y él no era ni guerrillero ni paraco, él no era de izquierda ni de derecha, era progresista, pensaba en valores de una sociedad con justicia social, con solidaridad, con profundidad.
Pero lo mejor que hacía era que hablaba con todos, no excluía a nadie, era el tipo que era capaz de conversar con todo el mundo porque él decía que todos tenemos algo que aportar y que lo que sabemos lo sabemos entre todos.
MARCELA HAN ACERO
EL TIEMPO