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Construir ciudad y sociedad: el espacio para la vida comunitaria

Un fragmento del prólogo del libro' 50 años de arquitectura en Bogotá 1970-2020'. 

Centro Internacional de Bogotá

Centro Internacional de Bogotá Foto: Carlos López. IDPC.

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Este es un fragmento del prólogo escrito por el arquitecto Carlos Niño Murcia para el libro '50 años de arquitectura en Bogotá 1970-2020' de la seccional Bogotá y Cundinamarca de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, hecho por su aniversario número 50.
Una edificación no es aislada sino que está inmersa en la naturaleza o en la ciudad, como articulación entre lo público y lo privado, pues su fin esencial es integrar la existencia humana con el mundo y con los demás.
La ciudad, como decía Aldo Rossi, es construida por todos los habitantes y está en permanente construcción, nunca se completa pues solo se detienen las ciudades deshabitadas y en ruinas, como Pompeya o Machu Picchu.
Rossi deriva su afirmación del tiempo de las catedrales góticas cuando todos estaban involucrados en la fabbrica della città, albañiles, canteros, carpinteros, vidrieros y demás personal de la obra, pero también los que proveían alimentos, vestidos, herramientas, comercio, salud y demás servicios, todos participaban de la magna empresa, y lo hacían toda su vida, pues la obra ya estaba en curso cuando habían nacido y proseguía cuando morían. En esa construcción de sociedad, y de la infraestructura que ella requiere para sobrevivir y reproducirse, el arquitecto es fundamental para la definición de su escenario y la erección de sus símbolos.
Lo ha sido, entre numerosos ejemplos, en la selva con la maloca, que alberga bajo un solo techo a muchas familias y recrea el cosmos chamánico; en la fundación de las ciudades coloniales, y el trazo de la plaza de la que parten las calles en cuadrícula, sobre cuya pauta espacial se asientan los vecinos y se eligen las autoridades; o en la línea recta de veintisiete kilómetros (!) que trazara Domingo Esquiaqui hacia 1791 para unir la ermita de San Diego –a la salida de Santafé– con el Puente del Común, y que en el siglo XX se convertiría en la Autopista del Norte. O en el Capitolio Nacional, planteado por Thomas Reed (1847) para sede del Congreso que, dentro de la intención de Tomás Cipriano de Mosquera de crear una República democrática, sería una obra larga con aportes de Pietro Cantini, Mariano Santamaría, Gastón Lelarge y Alberto Manrique Martín, para concluir en ochenta años ese importantísimo edificio; en la Biblioteca Nacional, de Alberto Wills Ferro (1933-1938), frente al Parque de la Independencia, y que permitiría el al libro ya no sólo para las élites privilegiadas sino para todos los ciudadanos, como parte del proyecto educativo de la República liberal; o el extraordinario Centro Internacional Tequendama, un conjunto de lenguaje radicalmente moderno que se constituye en la bisagra entre la ciudad vieja y la nueva, donde se cruzan el cardo, correspondiente a la Carrera Séptima, y el nuevo decumanus, ahora la Calle 26, que conduce al aeropuerto.
En la construcción de la ciudad intervienen por supuesto diversas fuerzas y agentes, pero son los arquitectos quienes conciben y concretan lo que se ha de construir. Las ciudades y sus épocas testimonian con la arquitectura su cultura y el carácter de una nación; por ejemplo, la Calle 10 en la Candelaria, desde la Carrera Décima hasta la Primera, rememora los tiempos coloniales y republicanos y sus formas de ser; o los barrios de La Merced, La Magdalena o Quinta Camacho, que son testigos del cambio de la ciudad colonial a la idea de Ciudad Jardín, que merecen ser rescatados y potenciados en su altísima calidad urbana.
Con la llegada del urbanista Karl Brunner (1933) se creó la oficina de planeación en la ciudad y se trazaron espacios urbanos significativos, como el Parkway de La Soledad o el barrio del Bosque Izquierdo; así mismo la Carrera Décima (1947-1960) fue un símbolo de modernización, en su amplitud y en los valiosos edificios que la conformaron; como también fue trascendental la presencia de Le Corbusier (1947-1950) y la formulación del Plan Piloto, que si bien no fue adoptado plenamente, sin duda marcó el desarrollo futuro de la ciudad.
Esta enumeración no pretende crear un canon, sino enunciar algunos hitos reconocidos. En la vivienda hemos hecho casas excelentes, de Guillermo Bermúdez, Fernando Martínez, Rafael Obregón, Dicken Castro, Ricaurte, Carrizosa y Prieto y Enrique Triana, o de Jorge Rueda, Carlos Campuzano y varios más, con ambientes acogedores de alto estándar internacional. Asimismo, tenemos muy buenos edificios de apartamentos, muchos: el edificio Buraglia, de Bruno Violi, en la Calle 34 con Séptima, que alberga un gran almacén y arriba los estacionamientos y viviendas, todo construido con rigor y precisión; también sobresaliente es el conjunto de Arturo Robledo en la Calle 26, por la manera como resuelve mediante bloques escalonados los apartamentos, ubica los garajes y servicios hacia la calle, y los espacios sociales en torno al plácido jardín interno; o varios edificios terminados en ladrillo, como los de Rafael López, Ernesto Jiménez, Luis Restrepo, Konrad Brunner y varios más.
Es excepcional el Conjunto del Polo, de Bermúdez y Salmona, que cede un generoso espacio público y compone módulos unidos por las franjas horizontales de la circulación y los cilindros de las escaleras exteriores, mientras que adentro los espacios tienen calidez y gran interés. Y, por supuesto, las Torres del Parque, que danzan con la Plaza de Toros y se niegan a encerrar la propiedad privada tras una reja, para integrarse a la ciudad, al Parque de la Independencia y a los cerros, en una composición volumétrica de rica plasticidad.
La vivienda social ha tenido notables ejemplos, calidad perdida recientemente, con proyectos que adelantaran el Instituto de Crédito Territorial (ICT) o el Banco Central Hipotecario (BCH), como Muzú, el Quiroga o Los Alcázares, con áreas mínimas pero dignas y de vívida condición urbana; lo que se ratifica en la Unidad Hans Drews Arango, en la Caracas con calle tercera, una zona difícil y deteriorada pero que, como por arte de magia, el proyecto genera un oasis para familias de medianos recursos; o el Centro Urbano Antonio Nariño, una ciudadela completa hecha de bloques de apartamentos bajos y otros altos, para una nueva comunidad y nuevo modo de vivir; y el conjunto de Paulo VI, la vivienda económica de San Pablo en San Cristóbal, o Niza Sur –un excelente barrio moderno–. Como también la ciudadela Carlos Lleras Restrepo, donde varios arquitectos logran excelentes espacios residenciales; y la Nueva Santa Fe, que recrea manzanas y calles urbanas para el sector de Santa Bárbara, más unos tranquilos patios privados; o la disposición urbana monumental de la Ciudadela Colsubsidio con espacios públicos de positiva urbanidad.
Son arquitecturas que hacen época y forjan ciudad y sociedad, como lo hacen las bibliotecas Tunal, Tintal o Virgilio Barco y los muchos colegios que se han construido y siempre han sido tarea de los arquitectos, desde el Gimnasio Moderno que colonizó el norte de la ciudad y educó a las élites con una nueva pedagogía, a los colegios recientes que se insertan en los barrios para educar a la juventud y a la vez servir a la comunidad entera con obras de oportuna función social. En las universidades también han intervenido los arquitectos con acierto, como Daniel Bermúdez en la Tadeo Lozano, Octavio Moreno en la Javeriana, o Leonardo Álvarez, Camilo Avellaneda y Rogelio Salmona en la Universidad Nacional, donde además se restauró con acierto el Museo Rother, que fuera el edificio de la Imprenta y hoy es un soberbio museo, recuperando las calidades espaciales y expresivas de su estructura original.
Y podríamos hablar de los teatros: Faenza, San Jorge, el infantil del Parque Nacional, Colombia, Olympia o el Julio Mario Santo Domingo, y muchos más, como hechos sociales de cultura que refuerzan los vínculos comunitarios y los elevan a sensibilidades superiores. También significativa ha sido la obra de Juvenal Moya y sus peculiares diseños para el culto religioso, muy diferentes a las tradicionales catedrales góticas, o clásicas, hechos en cambio con dinámicas cáscaras de concreto, desplegadas en las capillas del Gimnasio Moderno, la Salle y el Liceo Femenino; o la Catedral de Sal en Zipaquirá, de Roswell Garavito, que aprovecha con ingenio la condición de mina y socavón; el Supermercado Rayo, en la Calle 63 con Séptima, una cúpula enorme apoyada en los cuatro extremos para cubrir un espacio luminoso que acoge artículos y público; o la Plaza de Mercado de Girardot, que ofrece plena frescura en el cálido clima de Girardot, con unas ligeras bóvedas de concreto a manera de una simple sombrilla. Y son obras importantes, el Aeropuerto Eldorado –que destruimos con miopía– y su amplio y claro vestíbulo hecho de grandes pórticos donde gestionar el vuelo a los cielos; el Hipódromo de Techo y la creación, con ayuda de los ingenieros, de tribunas con unas viseras sin apoyos que protegen al espectador durante las carreras; o la solidez del Coliseo El Salitre, que organiza la cancha en diagonal con las graderías al lado, más una claraboya total que la ilumina; y el gran foro del edificio Ágora, para eventos y comunicación con el país y el orbe.
Se han hecho excelentes edificios de oficinas, como el dignísimo edificio de Ecopetrol, en la calle 36 con Carrera 13; o la primera sede del Sena en la Avenida Caracas con calle 15; o los de la Carrera Décima, que consolidaron en su momento el eje del poder económico e institucional de Colombia, donde descuella el de Seguros Bolívar, que asumió nuevas tecnologías con una nítida composición y acertada condición interior; así mismo, en la Avenida Chile con la Séptima, los cuatro edificios de Camacho y Guerrero, lo mismo que el magnífico Banco de Crédito, una torre de ladrillo, severa y muy bien construida, que acompaña la subida a la Plaza de Toros con terrazas y escaleras de mucho valor urbano. También se han hecho buenos hospitales, como el San Carlos, la clínica David Restrepo –hoy abandonada–, o el San Pedro Claver; y laboratorios como Vecol, de Cuéllar Serrano Gómez, o las plantas de Kodak, Legis y Carvajal, de Camacho y Guerrero, tallados con precisión y serenidad, llenos de luz, calma y funcionalidad.
Cuando vemos una solución ya definida parece sencilla y casi obvia, pero es el talento de quien diseña y resuelve predio / programa / edificio el que lo consigue, por ejemplo en la sede del CUR de Compensar, donde se ubican los parqueaderos contra un costado y las dependencias del club sobre el mismo lado, para dar cabida en el resto del lote a las canchas y piscinas; o el café del Museo Nacional, una inserción moderna en un patio estrecho y de valor histórico, un pabellón en acero y vidrio que exalta el acogedor jardín; o el Proyecto Ministerios, en la Carrera Décima con la Calle 7, como innovación en un entorno histórico, que si bien no se ha logrado realizar por problemas de gestión, sí reconfirma la estructura de manzanas del sector y las perfora con pasajes internos y patios, a la vez que preserva el patrimonio e inserta edificios contemporáneos de vivienda y oficinas en mayor altura para revitalizar la vida del sector tradicional.
En el espacio público se han hecho grandes aportes. Sobresale por su importancia cívica la Plaza de Bolívar, con el trazo sencillo pero contundente de Fernando Martínez Sanabria (1960), donde resuelve con diestra geometría los cinco metros de desnivel que hay entre la Séptima y la Octava, endereza las escaleras del Capitolio que antes semejaban a un barco inclinado, y las corrige y estabiliza, sencillos gestos que dignifican el lugar central de la nación y recuperan su escueto carácter colonial, pues su papel no es tener jardineras y bancas de parque, sino recibir las multitudes en las manifestaciones políticas. Así mismo, hemos acompañado las campañas por lo público, desde el Paseo Urbano de la Carrera 15 (1996), a la recuperación de andenes, parques y plazas, por ejemplo la Plaza de San Victorino y su Mariposa, que recrea un espacio de reunión popular donde antes estaba el laberinto de carpas oscuras; o la reedición de la Avenida Jiménez, mediante la evocación del agua del ignorado río San Francisco.
Esta larga experiencia decanta en la Cartilla del Espacio Público, donde se definen materiales, dimensiones, acabados y mobiliario, complementado con elementos cotidianos de la ciudad, como los paraderos que diseñara Daniel Bonilla; o las estaciones de TransMilenio de Javier Vera, arquitectura clara y resistente para soportar congestiones y el uso y el abuso; o ahora el TransMiCable que sube al Paraíso. Alamedas, paseos y ciclo rutas han propiciado una vida más amable, como lo hicieran los parques del Centenario, La Independencia o el Parque Nacional, y después los de Simón Bolívar, Timiza, El Virrey o el bello Jardín Botánico, todos entornos para respirar y descansar en medio del fragor de la ciudad. Son hechos urbanos en los que, por supuesto, han participado más especialistas, y políticos y gobernantes con sus planes y decisiones, pero a los arquitectos ha correspondido formular la base de la ejecución: el diseño. Somos los del lápiz, los que prefiguramos los espacios que serán los lugares de la vida.
CARLOS NIÑO MURCIA

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