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El ‘encanto’ del tradicional y centenario barrio Siete de Agosto
El sector nació a inicios del siglo XX y ahora es uno de los puntos neurálgicos de la ciudad.
Son miles las personas que heredaron viviendas y que se resisten a dejar el barrio. Foto: César Melgarejo / EL TIEMPO
Hace más de 100 años, en medio de los vítores y las arengas que se escuchaban por la conmemoración del centenario de la batalla de Boyacá, en el sector de Chapinero, otrora norte de la capital, un arquitecto español y dos urbanizadores rusos ponían en marcha el proyecto por construir un barrio para obreros.
Hoy, este cuadrante que se extiende desde la calle 68 hasta la 63 y de la carrera 20 hasta la 28A no posee el esplendor de otros tiempos; no obstante, sigue siendo uno de los puntos neurálgicos de la capital.
La plaza del Siete de Agosto es el corazón del sector. Foto:César Melgarejo / EL TIEMPO
“Hay barrios que tienen tradición, y hay otros que generan fascinación; en el Siete de Agosto se unen las dos cosas”, dice Marina Arévalo antes de tomar una tijera y, con precisión quirúrgica, cortar una tela en triángulos del mismo tamaño.
La mujer de 62 años dice haber vivido y trabajado durante medio siglo en este sector. “Primero fue mi papá. Él compró una casa fruto de su trabajo cerca del lugar en donde hoy queda la sede de la Universidad del Rosario y fundó este negocio. Cuando empecé a trabajar con las telas, siendo yo muy pequeña, no me gustaba para nada esta zona… lo cual es muy raro porque ahora que está más fea, sí. Supongo que será porque estas calles me recuerdan a mi papá”, dice, sin perder de vista en ningún momento el corte de rayón azul que está a punto de vender.
La historia de Marina y de su negocio de la carrera 24 con 64 es la de muchos en el Siete de Agosto. Aquellos que evocan con nostalgia el pasado y, pese a sentir que habitan un territorio ajeno, se resisten a irse.
Pero este barrio, que desde el 2004 hace parte de la UPZ Los Alcázares de Barrios Unidos, no solo atesora los recuerdos de familias capitalinas, también es lugar de acogida para ciudadanos de otras regiones.
Jaime Forero estaciona su carrito de sándwiches desde hace 32 años en la esquina de la carrera 26 con 66. Luce una bata blanca impecable que desentona con la colorida sombrilla que lo protege de la lluvia y el sol, y que contrasta con las calles manchadas de aceite para motor que suele pisar para llegar a su casa.
Desde 1990, año en que llegó desde el departamento de Santander, ha sido testigo de la evolución y crecimiento del barrio. “Pocas personas tan disciplinadas se pueden encontrar en estas calles, (...) ese señor es historia viva del barrio, sabe más cuentos del barrio que cualquier periodista”, dice un cliente de Forero en medio de una carcajada.
Dice que muchos lo cuestionan por no mover su negocio. Algunos no entienden si es cuestión de costumbre o de miedo el no querer alejarse de esa esquina. Él sostiene que puede ser un poco de ambas, pero hace énfasis en un punto.
“Cualquier negocio que se monte acá le va bien. Este barrio es una fuente de trabajo e ingresos para todos. Yo no sé si eso ocurre en otros lugares, pero en el Siete es ley”, dice, y agrega: “Pero para que eso pase es muy importante la disciplina, acá el que no madruga no vende”.
Pero así como hay halagos, también hay críticas. En el parque Benjamín Herrera, en la parte sur del barrio, vive la familia Gómez Alzate. Residen en una casa amarilla de tres pisos desde hace 36 años y dicen que poco a poco los talleres le han ido quitando el encanto al sector. “Lamentablemente, lo que antes era una zona de clase media con casas llenas de jardines, hoy son bahías invadidas por carros y habitantes de calle”, señala Paula, de 25 años, la menor de la familia.
La joven hace énfasis en los negocios de autopartes, los cuales, según Ricardo Sosa, el propietario de uno de ellos, no son una invasión sino un impulso para la economía. “El Siete de Agosto prosperó por este tipo de negocios. La gente sabe que aquí puede encontrar cualquier repuesto o parte”, sostiene Sosa, y agrega que “nos dicen invasores y la realidad es que hacemos parte de la historia del barrio. Varios vivimos en el sector”.
Uno de los problemas del barrio según los vecinos es la invasión del espacio público. Foto:César Melgarejo / EL TIEMPO
La historia del Siete de Agosto
La historia reciente del barrio podría ser contada fácilmente por los más viejos, esos que se sientan a las 9 a. m. sobre los bancos de madera que se encuentran sobre el andén de la carrera 24. Justamente, una pregunta sobre el origen del Siete de Agosto es la que genera un debate acalorado. “Esto seguro que lo fundaron en los 30”, dice uno; “cómo va a decir eso, este barrio es de antes de 1900 y lo construyeron los alemanes”, replica otro. Al final, la única conclusión a la que llegan es que esa es tarea de los historiadores, no de ellos.
Lo cierto es que el Siete de Agosto nació en 1919 como un barrio obrero 100 años después de la batalla de Boyacá. Como lo reseña el Atlas histórico de barrios de Bogotá, sus promotores fueron José Eidelman y Salomón Gutt, dos judíos que llegaron a la ciudad en la década de 1910 procedentes del Imperio ruso y, por ese entonces, también impulsaron la urbanización del barrio La Paz.
Proyecto de urbanización del Siete de Agosto publicado en el Atlas histórico de barrios de Bogotá. Foto:Atlas histórico de barrios de Bogotá
El diseño de ambos sectores contiguos fue encargado al arquitecto e ingeniero de origen español Alberto Manrique Martín, mismo que durante la década siguiente estuvo detrás de varios barrios obreros en la capital.
“Camina inmediatamente a la Oficina de Urbanización (...) donde te darán todos los informes necesarios; allí mismo te mostrarán el plan de esta moderna y magnífica urbanización, situada a cuatro cuadras del tranvía, y en uno de los mejores sitios de Chapinero”, se lee en una parábola publicada en la edición del 3 de marzo de 1919 del periódico EL TIEMPO.
El proyecto, que también contó con la participación de una persona llamada Oliverio Rodríguez, fue presentado ante el Concejo de Bogotá junto con un plano en donde se incluían las calles 65, 66, 67 y 68 y la carrera 19. De acuerdo con el libro Los judíos y la conformación del espacio urbano de Bogotá, del historiador español Enrique Martínez Ruiz, el barrio contó inicialmente con 10,2 hectáreas y desde ese momento ya se contemplaba la construcción de una plaza de mercado.
1 Foto:Camilo Castillo / EL TIEMPO
La mayoría de vecinos coinciden en que el corazón del barrio no es otro que la plaza de mercado del Siete de Agosto. Aunque están rodeados de talleres, peluquerías, tiendas de repuestos, locales de ropa para jóvenes, bicicleterías, bancos, restaurantes, negocios de tela, vendedores ambulantes y una infinidad de comercios de todo tipo, la edificación construida en 1972 -donde antes funcionaba una rotonda de granos, frutas, verduras y líchigo y una terminal de transporte- es el punto de reunión por excelencia.
Entrar a la plaza es como entrar en otro mundo. No solo por los aromas o por la estética macondiana que suelen tener estos espacios, también porque es un lugar que funciona a un ritmo diferente. Cada local no es un simple negocio, se parece más a una dinastía. Como dice Francisco Moreno, artesano de la plaza y residente del sector desde hace tres décadas, “aquí se heredan los espacios y los saberes”. Para él, uno de los atractivos del sector es que “las personas pueden encontrar cosas que no ven en un centro comercial, la estética y la amabilidad es única. Por eso nos hemos opuesto a planes de renovación”.
El plan de renovación que no prosperó
Durante la istración de Enrique Peñalosa se puso sobre la mesa el Proyecto de Renovación Alameda Entreparques, el cual pretendía intervenir el Siete de Agosto, Los Alcázares y Patria y buscaba “una articulación espacial y funcional entre el parque Simón Bolívar, el parque El Virrey y el corredor ecológico del canal de Río Negro”.
Dicho proyecto implicaba la demolición de 2.827 viviendas más 5.085 establecimientos, situación que alertó a los vecinos y a varios concejales de Bogotá, quienes se opusieron al proyecto, que finalmente no prosperó.