Hace tiempo trabajé en una pequeña biblioteca que se ubicaba en un parque, cerca a las canchas de microfútbol y baloncesto, junto a los juegos para niños, pasamanos, rodaderos. Antes de esa experiencia solo había leído para m. Había estado en algún club de lectura o en otros espacios en los que se compartían relatos cortos y fantásticos, pero siempre como asistente, nunca como lector, nunca ejerciendo esa maravillosa vocación de promover la lectura.
El día que abrí por primera vez la puerta de esta biblioteca sentí la emoción que puede experimentar un explorador que recorre un paraíso hasta ahora desconocido. Así fue la sensación que me abrazó al contemplar la colección de libros dispuesta para que yo la leyera, para que la compartiera con las personas que visitaban el parque para divertirse y pasar el rato.
Hasta ese momento no había imaginado lo que significaba leer para otros; encontrar el libro adecuado para un niño que buscaba emocionado una historia que le sorprendiera; recomendar un cuento corto a un abuelo que quería leer para su nieta: ella escuchaba alegre la historia y decía al final, con un tibio abrazo, esa frase de reclamo cariñoso que se escucha al terminar la lectura “¡otro, abuelito, léeme otro!”.
En Bogotá hoy hay 95 Paraderos Paralibros Paraparques (PPP). Cuando el destino me llevó por los rumbos de la promoción de lectura, en el año 2000, apenas eran unos 20 distribuidos por toda la ciudad. Había en Usme, en Usaquén, en Ciudad Bolívar, en casi todas las localidades se encontraba al menos un PPP: amarillo, negro y rojo, de metal; un lugar de paso, una estación entre los columpios, las persecuciones, el juego de las escondidas y un helado refrescante, tomado bajo un árbol, sentados en el pasto.
Los libros empezaron a habitar la cotidianidad de la ciudad por fuera de los lugares convencionales destinados a la lectura. Había pocas bibliotecas públicas y menos librerías, en algunos barrios se crearon bibliotecas comunitarias a las que asistían con avidez niños y jóvenes, especialmente para hacer trabajos del colegio. Con los PPP la lectura empezó a verse y sentirse como una práctica de placer, de gusto, una práctica en familia, una actividad sin más propósito que leer, y ya.
De esas pequeñas cotidianidades fue naciendo, se fue extendiendo, una nueva mirada sobre la lectura en la ciudad, sobre lo que significaba leer en Bogotá, sobre el a los libros por parte de todos los ciudadanos, no solo por parte de aquellos que podían comprarlos o aquellos que debían entrar a una biblioteca para hacer sus tareas. La lectura habitó el lugar al que no se le había invitado: el infinito universo de la infancia transcurrida en el parque.
Pasé varios años trabajando en estos espacios, leyendo en voz alta con y para otros, recuerdo el tiempo en el parque de Patio Bonito, en el de La Fragua, en el Ricaurte, recuerdo las conversaciones con padres de familia sobre el anhelo de leer a sus hijos en las noches; o con jóvenes que perseguían poemas para conquistar a sus esquivas parejas, o que encontraban en un cuento de misterio su ancla para un mundo caótico y cambiante; recuerdo a los niños que descubrían Donde viven los monstruos y se identificaban con Max surcando el mar para bailar y cantar con su amigos de garras y dientes afilados.
Los PPP son un referente y un símbolo en Bogotá de esas otras formas de leer, de vivir las palabras, de compartir los libros y la lectura. Estoy seguro de que en esos Paraderos muchos lectores han encontrado un nuevo acercamiento a la literatura y al conocimiento, que en esos parques aún se experimenta esa emoción del viajero, del navegante, que halla una nueva ruta en su recorrido. Para mi así fue.
Libro recomendado: Seda, de Alessandro Barico
Lo encuentran, entre otros espacios, en: Bibliotecas Públicas El Tintal y Arborizadora Alta; en los PPP Parque Entrenubes y Deportivo Primero de Mayo; Bibloestación El Dorado.
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Juan Pablo Calixto
Twitter: @jpcalizto01