A sus 74 años, María volvió a nacer. Ella de nuevo está aprendiendo a caminar, respirar, hablar, comer y controlar esfínteres.
Lleva mes y medio en ese proceso, y aunque muestra avances en su recuperación, aún no es la mujer que se valía por sí misma y cuidaba a sus dos pequeños nietos y los llevaba al médico.
Esta bogotana fue uno de los casos de covid-19 que hace un poco más de dos meses empezaron a engrosar la lista de infectados en la ciudad. Fue llevada el 23 de marzo a la Fundación Santa Fe por una supuesta gripa. Ese día la hospitalizaron y al otro necesitó apoyo de ventilador mecánico. Estuvo seis días en coma inducido.
Pero tal vez nunca se conocerá cómo se contagió del mortal virus. Solo se sabe que pudo ser el 10 de marzo; eso dicen las autoridades sanitarias. Su familia cree que tal vez ocurrió en la fiesta de un sobrino, o en uno de los taxis que cogió, o en un domicilio o en una salida a la tienda a comprar leche o huevos. O si primero se infectó la señora que la cuida y que vive con ella. En fin, eso es incierto y así podría seguir por siempre.
En las primeras semanas, María no pudo recibir visitas. Sin embargo, esa soledad sí empezó a afectarla. Llegó a pensar que sus hijos la habían abandonado. No comía ni intentaba comunicarse con nadie. Solo esperaba el momento de dejar este mundo. En ese estado somnoliento en el que permanecía llegó a soñar con su difunto esposo e, incluso, que una mañana Dios estuvo en su habitación y ella le dijo que si era su deseo dejarla vivir, que se hiciera su voluntad.
Solo hasta el día 13, a través de una videollamada, tuvo o con su hija Mónica, una de sus cuatro hijos. Un médico las puso en línea, y esa comunicación se convirtió en su motor, en el aliciente para vivir. Las siguientes dos semanas fueron el inicio de su largo proceso de rehabilitación, el cual continúa en su apartamento.
“Nunca imaginé que eso fuera tan duro. Sentí que estaba como en un patio y me daba mucho frío, que me llevaban, me traían, me empujaban. Viví en otro mundo y doy gracias a Dios por haber escuchado y devolverme a la vida”, dice ahora soltando palabra por palabra y tan suave que apenas se le puede escuchar. Por eso, María no recibe más de tres llamadas al día y tampoco se puede demorar mucho.
“Le cuesta trabajo hablar y se fatiga”, advierte Mónica, quien luego explica que su madre volvió a nacer, está aprendiendo a respirar y a hablar. Ya no necesita caminador, pero sí un bastón, y todo el tiempo tiene oxígeno.
“No le deseo a nadie esto, es muy duro”, reflexiona está septuagenaria mujer desde su apartamento en un conjunto residencial en el norte de Bogotá y donde ahora recibe la visita de sus dos pequeños nietos y en el cual, cuando sale el sol, se sienta a observar a través de una ventana la ciudad y la gente, los carros, los árboles y los pájaros que sobrevuelan por el sector.
“La vida es muy bella. Todo lo que tenemos es muy bello”, reitera, y luego dice: “Dios me dejó en esta tierra, después de haber vivido lo que he vivido. Algo tengo que hacer todavía”, señala esta adulta mayor que superó el virus y hoy se aferra más que nunca a la vida.
GUILLERMO REINOSO RODRÍGUEZ
Editor de Bogotá
@guirei24