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Huertas urbanas, alternativa alimentaria en tiempos de crisis

Una prueba de que sí se puede son las experiencias en el centro de la ciudad.

A la izquierda aparece Johnny Tascón, asesor del programa Progresa Fenicia, y a su lado, Juan Augusto Cortés.
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Dicen que cuando Simón Bolívar estaba en su residencia solía salir a la huerta de la quinta y sacar sus propias lechugas. En Europa había adquirido el gusto por las ensaladas, y disfrutaba de este lugar que estaba dispuesto justo al lado de la zona de servicios.
Este mágico sitio aún existe en la casa museo y podría ser una de las primeras huertas que surgieron en el espacio rural y que luego, ante el crecimiento urbano, quedaron enclavadas en el centro de la ciudad. Este tipo de valores culturales e históricos es lo que pretende rescatar el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC), que desde el año pasado comenzó a crear una red de huertas urbanas en el centro de Bogotá para compartir saberes y, sobre todo, crear conciencia de ser una sociedad autosostenible en una época que demanda cada vez más cuidado ambiental.
Y justo cuando ese proceso avanzaba con éxito, se llevaban a cabo múltiples encuentros y aparecían cada vez más iniciativas llegó el confinamiento por la emergencia en salud por la covid-19. No obstante, y en eso coinciden todos los promotores de este movimiento, hoy más que nunca es necesario incentivarlas. Una prueba de que sí se puede son las experiencias en solo un pedazo del centro de la ciudad. Hay huertas particulares, locales y hasta institucionales.
Ellos nos han prestado su asistencia técnica y pedagógica y ya contamos en la red con más de 150 integrantes
“Hay muchos procesos andando desde diferentes territorios, unos más consolidados que otros”, dijo José Antonio Ramírez, del IDPC, quien explicó que para este proceso han contado con el apoyo y la asesoría del Jardín Botánico, el cual también cuenta con una base de datos, pero de todo Bogotá. “Ellos nos han prestado su asistencia técnica y pedagógica y ya contamos en la red con más de 150 integrantes”, agregó.
Unos lo hacen para proveerse sus propios alimentos, otros hacen estudios de semillas o gastronómicos, hay casas culturales y, por último, quienes se piensan en serio la seguridad alimentaria.
Y en todo esto, la labor del IDPC es, entre todos estos movimientos, encontrar puntos en común para que la red se fortalezca. La idea es que el siguiente paso sea la consolidación de proyectos.
En un recorrido, EL TIEMPO encontró varias experiencias, como la huerta de la Quinta de Bolívar, que tiene más de 200 años de historia. Eliana Cardona, coordinadora de la casa museo, contó la experiencia de don Huguito, el hombre encargado de este lugar.
“Él sabe mucho de plantas. Ha cuidado con mucho esmero este bosque de árboles patrimoniales”. Dicen que da cátedra a la hora de hablar de hierbas aromáticas, tubérculos o de las plantas que sirven para controlar plagas.
“Saberes como los usos medicinales de las plantas son un patrimonio inmaterial de la gente y hay que rescatarlo”, dijo Cardona. De acuerdo con el Jardín Botánico, una huerta urbana es una posibilidad de que una familia pobre pueda alimentarse, es una terapia para los adultos mayores o un aula ambiental para un niño, de ahí la importancia de que proyectos, como el de la red del IDPC, prosperen.
Andando por las calles del barrio Las Aguas encontramos a Juan Augusto Cortés, quien reside en ese barrio hace 12 años. Ama sus matas, dice que son sus bebés y tiene su pequeño paraíso detrás de su casa en una colina que antes, cuenta, era un peladero. Ir a su pequeño escondite es como pasar de la urbe de cemento a una finca en cuestión de segundos. Su papá era jardinero y él, de niño, solía recoger los chamizos más feos con la esperanza de que retoñaran, y lo lograba.
Hoy su rincón surte a su familia de frutas y hortalizas y nunca les hace falta la comida. Durazno, tomate de árbol, papayuela, brevas, zanahoria son solo algunos de los frutos de su pequeña huerta, a la que incluso le diseñó una pequeña puerta que tiene inscrito el nombre La huerta de Juan.
Y así como hay causas individuales, hay institucionales como la de Progresa Fenicia, un proyecto de renovación urbana que a través de propuestas sostenibles busca generar un sentimiento de pertenencia para la gente de la comunidad. Por eso crearon la Huerta Fenicia para unir a los residentes del barrio.
Este proyecto lo lidera la Universidad de los Andes, pero la comunidad es la protagonista”, dijo Johnny Tascón, asesor del programa.
Ellos han logrado unir a toda la comunidad de la zona en torno a las plantas. Hombres, mujeres y niños aprenden y muchas veces profesores de los Andes los asesoran. Hay intercambio de semillas y de conocimiento.
La última huerta que visitamos es la de María Elena Villamil. Convirtió su casa en un pequeño paraíso rodeado de gigantes edificios.
“La agricultura urbana se nos da en cualquier espacio y en cualquier sitio. Somos agricultores de comida limpia y sana con un proceso orgánico. Le digo a toda la sociedad que esto del autoconsumo es vital, es sobrevivir en una emergencia y ya entendimos que eso sí nos puede tocar a nosotros”, dijo esta mujer, conocida por los turistas por su sapiencia y su pequeño oasis del barrio San Martín. Con una mermelada de remolacha y otros secretos nos despide, un verdadero manjar.
REDACCIÓN BOGOTÁ

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