Hace ya diez años –¡cómo pasa el tiempo!– se vivió uno de los momentos más memorables del fútbol mundial. Para entonces, Real Madrid y Barcelona acaparaban la atención de millones de aficionados en todo el mundo. Era día de clásico, de visita de los blancos a los culé, en el Camp Nou, en Barcelona. Real traía ventaja, pero como todo equipo que se respete, quería humillar a su rival, en su propio patio, ante su propia hinchada y ante los medios locales. Así se piensa y se concibe el fútbol de élite: vencer y dejar huella.
El partido comenzó ganándolo el Real. Luego el Barcelona empató y, en el minuto 72 del segundo tiempo, Cristiano Ronaldo, tras pase de Özil, puso el 1-2 definitivo. El Camp Nou enmudeció. Con ese resultado, los blancos sellaron una racha que poco después les permitió alzar la copa 32 de la Liga y, por primera vez en la historia, sumar 100 puntos. Messi y Guardiola rumiaron la derrota.
Lo que llama la atención de este episodio fue la serenidad con que Ronaldo no solo anotó su gol, sino la manera como lo celebró: se vino hacia la tribuna occidental y, con la mano derecha, como acariciando a un niño, dijo: ‘calma, calma… que aquí estoy yo’. Los aficionados guardaron silencio.
No tengo idea que tiene que ver este episodio con la realidad nuestra. Pero la actitud serena y confiada de Ronaldo y su expresión de ‘calma, calma’ nos vendría bien a todos justo hoy, cuando el país –exacerbado y polarizado como nunca antes– acude a las urnas y pareciera que se tratara del fin del mundo. Calma, calma...
No, no es el fin del mundo. No es el fin de nuestra democracia. Y por supuesto, no es el fin del país. Hay que salir a votar, porque nos lo permiten nuestras instituciones, nuestro sistema político y nuestras propias imperfecciones. Pero hay que hacerlo sin estridencias, ni temores ni amenazas. Aceptar los resultados no debería ser motivo de controversia, excepto que la Registraduría hubiese dado muestras de algún tipo de irregularidad. Y eso no ha pasado.
Las voces que desde hace días vienen reclamando un triunfo, cuando ni siquiera se han abierto las urnas, y asustan con aquello de que si no lo consiguen se tomarán parques, plazoletas y calles para protestar contra el veredicto final, son las mismas que en redes sociales no han dejado títere con cabeza. Si este fue el destino que nos tocó, bendita sea la democracia. Esos dos candidatos que se miden hoy fueron seleccionados por los mismos colombianos. Y hoy alguno de ellos será nuestro presidente. Ambos tuvieron las mismas oportunidades y las mismas garantías. ¿Por qué entonces amenazar y vilipendiar ante el hecho irremediable de que uno de ellos perderá?
Más que a una fiesta democrática pareciera que nos alistáramos para una batalla campal. Puedo estar exagerando, pero casos se han visto.
Da grima ver que Bogotá prácticamente entra en una especie de toque de queda desde ya: 14.000 policías y soldados en sus calles, 800 gestores para prevenir alteraciones, mantener la prohibición de parrilleros en moto y las reuniones en parques y escenarios deportivos después de las 9 de la noche. Más que a una fiesta democrática pareciera que nos alistáramos para una batalla campal. Puedo estar exagerando, pero casos se han visto.
Es cierto que Bogotá ha sido víctima de los vándalos y antisociales que acabaron con estaciones de TransMilenio que todavía se reparan; con entidades financieras, supercades, semáforos, buses y hasta con los adoquines del espacio público. Lo hicieron amparados en consignas que reclamaban mejoras sociales, reivindicaciones seguramente justas. Un cambio, en todo caso. Pero el resultado electoral no puede convertirse en excusa para volver a atentar violentamente contra Bogotá. Sería un contrasentido y un acto de intolerancia descomunal. Malos perdedores.
Pues bien, hoy es el día para que aquellos que reclaman un cambio en la manera de hacer las cosas se expresen. Pero hay que hacer un llamado a la ‘calma, calma’, porque la ciudad –ni esta ni ninguna otra– puede convertirse de nuevo en territorio hostil. El costo que se ha pagado en vidas, en daños materiales, en sufrimiento, en familias que hoy lloran a sus hijos presos o mutilados son suficiente motivo para exigir que las cosas no se repitan. Ojalá las mismas campañas hayan hecho un llamado a la tranquilidad y a la observancia de la ley.
Con todo y lo que significó aquel partido de 2012, no hubo incidentes en la cancha, ni en el estadio ni se destruyó la ciudad. Señores candidatos, señores escuderos, compórtense como Ronaldo, llamen a la calma a sus huestes cualquiera que sea el resultado. Recuerden que en el fútbol, como en la política, siempre hay revancha.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
EDITOR GENERAL EL TIEMPO
Más de Voy y Vuelvo