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Entrevista
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Calle del Sol: los misterios del edificio neogótico de Bogotá que acapara miradas en La Candelaria
El lugar fue convento, centro de inteligencia y ahora un conjunto residencial.
En el corazón de La Candelaria, donde las fachadas coloniales murmuran historias del pasado y los transeúntes se detienen como buscando los orígenes de la vieja Bogotá, hay un edificio que se roba las miradas de los desprevenidos caminantes en la carrera 3.ª n.º 11-55.
Tiene algo en su arquitectura que parece arrancado de una novela fantástica. La gente pasa, husmea tras las rejas, trata de descubrir qué hay allí y sigue su camino.
Su fachada neogótica, con arcos ojivales, rosetones y gabletes, evoca una mezcla improbable entre un monasterio medieval y una escuela de magia inglesa. Muchos piensan que es un museo, una iglesia o un claustro universitario abierto al público. Pero lo que hay tras esas puertas no es otra cosa que un conjunto residencial que lleva el mismo nombre histórico de la cuadra: La Calle del Sol.
No siempre fue así. Su historia, documentada por la Ficha de Inventario y Valoración de Bienes Culturales Inmuebles del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC), comienza en 1917, cuando fue diseñado por el sacerdote Juan Bautista Arnaud. Se construyó en estilo neogótico, una rareza en la capital.
Su destino inicial fue noble: convertirse en el Seminario Mayor de Bogotá, pero por cosas de la vida terminó siendo muchas cosas más y tejiendo su historia conforme la convulsionada ciudad cambiaba.
En las décadas siguientes, este recinto sagrado pasaría por una sorprendente serie de transformaciones. Según la misma ficha patrimonial, en los años 30 ya se observaban dos crujías en forma de L, conformando un patio lateral.
Poco después, el lugar fue cedido a la orden de las monjas clarisas, quienes lo ocuparon por al menos un cuarto de siglo. Allí, entre rezos, celibato y silencio, se tejieron años de vida conventual. En Bogotá, las clarisas pertenecen a la Orden de Santa Clara, una rama femenina de la orden franciscana, fundada por santa Clara de Asís en el siglo XIII, en Italia. Estas religiosas viven una vida de clausura, pobreza, oración y contemplación. Pero esa paz fue reemplazada bruscamente por los ecos y murmullos de investigadores e investigados.
En este lugar funcionaron las oficinas del Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC). Foto:Archivo particular
Es un lugar muy especial. Aquí vivimos muchos profesionales, artistas, profesores, restauradores. Es como un oasis cultural en el centro de Bogotá
En 1945, el Estado colombiano tomó posesión del lugar. Comenzó entonces uno de los capítulos más oscuros de su historia: con el tiempo se convirtió en sede del Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC), un organismo encargado de la inteligencia y contrainteligencia en el país. Estuvo vigente entre 1953 y 1960, cuando fue reemplazado por el Departamento istrativo de Seguridad (DAS). En 2011, este fue reemplazado por la actual Dirección Nacional de Inteligencia (DNI).
No es un lugar abierto al público, pero tampoco queremos que la historia se quede encerrada. Esta crónica es una forma de compartir algo de lo que aquí pasó
La Calle del Sol fue diseñado por el sacerdote Juan Bautista Arnaud. Foto:Nicolás Alvarado.
David Fernando Forero, economista, investigador de Fedesarrollo, doctorando en Historia y autor del libro Ser posible lo imposible, entre otros, vive desde hace nueve años en Calle del Sol. Él fue quien nos abrió las puertas para entrar en las entrañas del lugar.
“Este fue uno de los pocos edificios del centro que sobrevivieron al Bogotazo sin un solo rasguño”, cuenta con emoción, recordando cómo su padre solía detenerse frente al lugar para subrayar esa resistencia casi milagrosa. “Aquí estaban los calabozos del SIC. Hay relatos que hablan de torturas, de desaparecidos, de golpes que se escuchaban durante horas”, dice Forero. Y una de esas anécdotas, con respaldo histórico, es la de la muerte del verdadero Manuel Marulanda Vélez.
Desde la terraza del edificio se ve una linda panorámica de Bogotá. Foto:Nicolás Alvarado.
No, no se trata del legendario ‘Tirofijo’. Se trata del dirigente sindical y comunista antioqueño que nació en La Ceja, a inicios del siglo XX. Marulanda Vélez fue cofundador del Partido Comunista Colombiano junto a María Cano, su compañera ideológica y sentimental.
En 1953, según relatan testimonios recogidos por historiadores en diversas publicaciones, fue detenido en San Victorino junto a otros militantes. Lo acusaron de tener “propaganda subversiva”. Lo golpearon hasta la muerte en uno de los oscuros sótanos del SIC, ubicados precisamente en lo que hoy es el conjunto Calle del Sol y donde hoy apenas hay un cuarto de lavado.
En este lugar funcionaron las oficinas del Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC) Foto:Archivo particular
Aquí estaban los calabozos del SIC. Hay relatos que hablan de torturas, de desaparecidos, de golpes que se escuchaban durante horas
La historia cuenta que los hombres del gobierno de turno lo torturaron mientras le recordaban que había sido concejal en Medellín, sindicalista, agitador de masas y crítico del gobierno de Laureano Gómez. “Con esa mujerzuela usted se inventó el Partido Comunista”, le gritaban, refiriéndose a María Cano, mientras lo golpeaban con varillas, según testimonios recogidos en el libro Al calor del tropel, de Arturo Alape.
Pedro Antonio Marín –quien luego adoptaría el alias de Tirofijo– jamás conoció al primer Marulanda en persona, pero aceptó tomar su nombre como una forma de heredar su causa. En una conversación recogida por el periodista Arturo Alape, Marín itió que jamás tuvo una foto del dirigente asesinado, pero aun así decidió portar su nombre como un legado revolucionario.
“Este edificio no solo guarda belleza. También guarda memoria. Hay una energía, una mística. Yo la siento todos los días”, dice Forero.
A finales de los años 70, tras el traslado del DAS a su nueva sede en Paloquemao, el edificio quedó abandonado. Cuentan que fue descartado para convertirse en el Archivo General de la Nación debido a su distribución interna: pasillos angostos, escasa ventilación y una compartimentación que no permitía el flujo adecuado. Fue así como el tiempo lo cubrió de polvo y olvido.
En 1987, una constructora colomboespañola lo adquirió para restaurarlo y convertirlo en lo que es hoy: un conjunto residencial de 72 apartamentos. El proyecto de restauración y adecuación estuvo a cargo de los arquitectos Arturo Robledo, Paulino Gómez y Guillermo Rubio, quienes intervinieron dos de las crujías internas, conservando las fachadas norte y oriental, y adaptando las demás a las necesidades habitacionales.
“Es un lugar muy especial. Aquí vivimos muchos profesionales, artistas, profesores, restauradores. Es como un oasis cultural en el centro de Bogotá”, cuenta Forero.
Este edificio no solo guarda belleza. También guarda memoria. Hay una energía, una mística. Yo la siento todos los días
Desde su terraza se pueden ver diecisiete iglesias, hermosos atardeceres y una ciudad que parece lejana desde el silencio de aquel lugar. A veces, Monserrate se ve perdido entre la niebla, otras veces, el imponente templo brilla con el sol.
La gente sigue pasando frente al portón con la curiosidad viva. Algunos incluso preguntan por misas o celebraciones religiosas, convencidos de que funciona como templo. “No es un lugar abierto al público, pero tampoco queremos que la historia se quede encerrada. Esta crónica es una forma de compartir algo de lo que aquí pasó”, manifiesta Forero.
Historias no faltan. Algunas hablan de apariciones, de una mujer que vagaba por los pasillos llevando comida a un hijo que jamás volvió a ver, encerrado en los calabozos del SIC. Leyendas, quizás. Pero ¿qué edificio que ha sido seminario, convento, cárcel y tumba no merecería tenerlas? En Calle del Sol, como dice Forero, “la historia es como un río: hay largos trechos de calma, pero también cascadas. Y muchas de esas cascadas ocurrieron aquí”.