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Viaje a las entrañas de La Rioja: así viven hacinados los indígenas embera en Bogotá
Las comunidades viven en medio de enfermedades y hambruna. Hay siete sanitarios para 1.400 personas.
Mientras unas madres se rebuscan algún costal o cobija para cubrir del frío a las decenas de niños que duermen en el piso por falta de camas, a las afueras del refugio La Rioja, hogar por 8 años de indígenas desplazados provenientes del Chocó y Risaralda, los vecinos se quejan de que ese edificio de tres pisos es un foco de peleas e insalubridad.
Al ingresar al refugio por un portón gigante, lo primero que se ve son decenas de cuerdas de lado a lado donde se están secando unas ropas. Debajo de estas, comienza una seguidilla de cambuches de dos metros cuadrados, todos están hechos con bolsas plásticas negras, donde se acomodan -como si fuera un juego de tetris- una colchoneta, una pipeta de gas, ollas, costales con ropa y bicicletas.
Pese a lo pequeño, incómodo y peligroso por estar al lado de pipetas de gas, en ese mismo espacio deben quedarse la madre, el padre y sus hijos. En el mismo primer piso, en un patio inmenso, pero cubierto, se extienden más cuerdas para secar la ropa o improvisar unas cocinas artesanales. También están armados un sinnúmero de campings donde duermen algunas madres con sus bebés.
Siguiendo por el pasillo repleto de cambuches, una señal demarca el ingreso para lo que algún día fueron unos baños y más habitaciones que eran usados como vivienda de habitantes en condición de calle y jóvenes con problemas de adicción y consumo de sustancias.
En uno de los cambuches, una mujer cocina un caldo de alas de pollo con un poco de verduras que hierven justo al lado de una colchoneta en la cual dormirán cinco personas.
“Nosotros conseguimos el alimento día a día. Nos toca salir a la calle y a veces conseguimos pollo o cosas que nos regala la gente. Otras noches nos toca acostarnos sin comer porque aquí hace muchos meses nos dejaron de dar el alimento”, comenta la mujer, quien hace un esfuerzo por hablar español, lengua con la cual no están familiarizados la mayoría de los habitantes del refugio.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
Las inclemencias de La Rioja
Para llegar al segundo piso se deben cruzar unas escaleras oscuras, unas barandas oxidadas y un piso lleno de basuras que han tirado los niños tras comerse algunas golosinas que les han traído sus papás después de caminar todo el día por las calles de la capital en el rebusque.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
En esa segunda planta, el primer gran dormitorio está copado de carpas, colchonetas sucias y costales de ropa que han acumulado los indígenas durante varios años. Otra de las puertas indica que los baños de ese piso también están deshabilitados y que no hay servicio de agua.
“Aquí nos toca ir hasta la otra torre para traer el agua con la que vamos a cocinar o para ir al baño. A veces duramos varios días sin el servicio, entonces nos toca ir a buscar el agua con baldes y traerla hasta La Rioja”, comenta uno de los indígenas.
En el mismo escenario, un hombre de avanzada edad prende un cigarrillo y, sin importar los riesgos de una explosión, se sienta en la cama que está justo al lado de la pipeta de gas. Un bebé de pocos meses también está acostado en el lecho, inhalando el humo que permanece en el dormitorio durante varios minutos hasta que se confunde con los demás olores que hay en La Rioja.
Solo un par de ventanas quebradas y una puerta pequeña permite la salida del intenso olor que se une al de los residuos de comida, la humedad de la ropa y el humor de las más de 50 personas que duermen en los contados metros.
Junto a los colchones también se puede ver cómo los niños usan sus manos para comer algunos bocados que quedan en sus platos de plástico; algunos comen arroz, otros una presa de pollo, algunos granos o la tradicional masa de plátano que cocinan las mujeres indígenas.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
Sus cuerpos tienen aparentes señales de brotes cutáneos y sus barrigas infladas podrían ser producto de la desnutrición, según indicó uno de los líderes de las comunidades.
“Cuanto tú encuentras un caso de estos es porque es un caso de desnutrición visible. La condición de la barriga y los brazos tan pequeños dan cuenta de los problemas de alimentación con estos menores”, explica Jairo Montañez, coordinador técnico de Autoridades Indígenas en Bakatá (AIB).
De hecho, varios niños de las tribus emberas han muerto en el lugar debido a las pésimas condiciones de habitabilidad.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
En la infraestructura solo hay siete sanitarios para las más de 1.400 personas y las tres duchas que están habilitadas para que se bañe toda la población son usadas por los mismos hombres de la comunidad para orinar en el piso.
En una de las camas de esa misma planta, una paciente con tuberculosis pide atención, mientras que otra mujer indígena le ayuda a poner una cánula de oxígeno.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
Simultáneamente, el líder encargado del recorrido también comenta que en La Rioja hay varios pacientes que padecen de VIH, pero que desconoce si están recibiendo la atención necesaria para dicha enfermedad.
Caminando por otro de los bloques de la infraestructura se pueden encontrar a las autoridades tradicionales o a los líderes de cada comunidad, quienes con plásticos y toldas de construcción han adecuado pequeños apartamentos para vivir con sus familias. Aquí, ya no hay tanto hacinamiento.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
La pelea entre las autoridades y el otro albergue
Minutos antes de salir de La Rioja, fuertes gritos se escuchan junto a una cancha de baloncesto que está abandonada. El motivo de la discusión estaba claro: las dos autoridades de las comunidades no se habían puesto de acuerdo respecto algunas decisiones que se deben tomar en el espacio.
Durante la acalorada conversación, la guardia indígena de cada comunidad se desplegó por el espacio con sus bastones de mando y tras varios minutos de pelea, la furia entre algunos indígenas se calmó.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
No obstante, vecinos de La Rioja aseguran que, en repetidas ocasiones, los indígenas embera se han puesto a consumir alcohol al interior del resguardo y que han terminado con fuertes peleas y agresiones verbales.
Esta fue la razón para que más de 200 indígenas de la comunidad Embera Chami fueran reubicados en otro edificio del centro de Bogotá. La Rioja se había convertido en escenario de los intensos problemas de convivencia con las otras tribus.
EL TIEMPO también accedió a esta edificación en donde viven en el primer piso habitantes en condición de calle y en el segundo piso 200 indígenas desplazados de Risaralda y Chocó.
En este lugar, los niveles de hacinamiento no son tan drásticos, pero toda la población que habita allí debe usar solo un baño para hacer sus necesidades.
En cuanto a la cocina, la única estufa que está habilitada debe ser usada por turnos que inician sobre la 1 de la mañana y terminan al mediodía. Cada familia debe conseguir sus alimentos y guardarlos junto a su cama en unos baldes de pintura que también sirven para almacenar la ropa.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
“Aquí a veces hay peleas porque las mujeres se demoran más tiempo de lo que les corresponde o porque no respetan los turnos. Lo cierto es que hay movimiento en la cocina casi todo el día o, por lo menos, desde la 1 de la mañana”, dice una de las lideresas que vive en la casa de paso El Buen Samaritano.
El momento de máxima afluencia de personas en el albergue es sobre las 8 de la noche, momento cuando los hombres y mujeres que han salido a trabajar regresan para hacerse cargo de sus hijos y pasar la noche en el concurrido lugar.
Algunos de los padres expresan la preocupación porque los niños sigan sin educación. La principal razón de esta brecha es que en Bogotá no hay instituciones en donde enseñe en lengua embera.
Sobre las 11 de la noche, las luces del lugar se apagan y cada familia cuelga unas sábanas junto a sus cambuches para tener el único momento de privacidad que hay en el resguardo.
Muy temprano, en la madrugada, comienza la fila para entrar al espacio que hay para baños con totuma y sigue la vida en el otro resguardo.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
‘Ellos tienen que tomar una decisión’: Secretaría de Gobierno
EL TIEMPO indagó con varios indígenas sobre sus intenciones de volver a los territorios de donde son provenientes, pero la respuesta más recurrente es que aún no hay garantías para que sus vidas no corran peligro en medio del conflicto armado.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
Las historias del pasado aún siguen causando zozobra en sus vidas y están comprometidos en quedarse en Bogotá para no vivir una vez más los horrores de la guerra: hablan de homicidios, de torturas, de desplazamientos y de violaciones sexuales.
Van a cumplir ocho años aprendiendo a vivir en un territorio que no es de ellos: cambiaron sus viviendas rurales por cambuches en una infraestructura abandonada y olvidada.
Aunque las comunidades dicen que no han recibido suficiente atención por parte del Distrito, en diálogo con EL TIEMPO, Gustavo Quintero, Secretario de Gobierno de Bogotá, aseguró que desde el año 2021 se han destinado aproximadamente 17.000 millones de pesos para atender las necesidades de esta población.
“Del Distrito se ha invertido dinero entre retornos, acciones, unidades de salud, brigadas de salud, pero la situación con el tema embera es que ellos tienen que tomar una decisión”, comentó el secretario de Gobierno.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
Según Quintero, La Rioja fue una solución transitoria que se les ofreció a los indígenas hace algunos meses, pero que se volvió en un resguardo permanente debido a las dinámicas de la situación.
“Tiene que haber una ruta para determinar qué puede hacer el Distrito de forma colectiva y qué puede hacer la Nación. Nosotros, entre otras cosas que estamos explorando, estamos buscando un lugar en mejores condiciones, pero debemos establecer quién se debería encargar del mantenimiento del lugar, de los servicios de aseo, de los servicios de vigilancia, de la alimentación, entre otras”, puntualizó Quintero.
El secretario manifestó que están trabajando en conjunto con la Nación en un cronograma establecido para buscar soluciones inmediatas ante una situación que “no da espera”.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
Por otro lado, Jairo Montañez, coordinador técnico de Autoridades Indígenas en Bakatá, dijo que el problema radica en la visión que se tenga frente al conflicto y la dificultad en determinar qué entidad se debe hacer cargo de esta situación.
“Tenemos una problemática que está desbordada para una ciudad que no quiere y se rehúsa a generar capacidad de instalación para atender de manera integral a las comunidades indígenas y a las poblaciones víctimas del conflicto. Bogotá desconoce y no acepta la guerra y el conflicto armado”, comentó Montañez.
Así mismo, aseguró que “hay una eterna discusión entre el Distrito y la Nación”, pero que la garantías para los derechos de las comunidades indígenas las debe asumir el Gobierno Nacional.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO
Entre tanto, los indígenas seguirán asentados en el Parque Nacional y llegarán cada noche a dormir en La Rioja, ese espació en Bogotá que se ha convertido en su territorio, a pesar de las inclemencias en las que tienen que vivir.
Así se ven los niveles de hacinamiento en La Rioja. Foto:Nestor Gómez- EL TIEMPO