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Ella es la cachaquísima y memoriosa reina de la calle de los sombreros en Bogotá
Próxima a cumplir 100 años, doña Rosita Bermúdez de Ayarza trasciende como símbolo inspirador.
Doña Rosa Bermúdez de Ayarza vive rodeada de sombreros de época de distintos estilos. Foto: César Melgarejo. EL TIEMPO
“Qué pimpollo de dama, regia mi señora Rosita, su augusta belleza alumbra y deleita esta brumosa mañana”, sería el halago, con venía y sombrero en mano, de un cachaco de piropo florido de los años 40, a doña Rosa Bermúdez de Ayarza, digna embajadora de la Calle de San Miguel, más conocida como Calle de los Sombreros, en el corazón de la capital de la República.
Cercana a completar la centuria, la señora de rancia alcurnia, sentada detrás del mostrador de la Sombrerería San Miguel (calle 11#8-88), recibe los mimos de Vanessa Rothenberg, una de sus nietas, quien pone carmín a sus labios y atilda su nívea cabellera, ataviada ella con un abrigo color malva, que hace juego con las chispas lapislázuli de sus preciosos ojos, en la víspera del cumpleaños 485 de Bogotá.
La Sombrerería San Miguel está ubicada en la calle 11 #8-88, en el centro de la ciudad. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO
Rodeada de sombreros de época de distintos pelajes y estilos, doña Rosita es testimonio vivo de aquella ciudad que pervive en los anaqueles de las bibliotecas y los archivos fotográficos de antaño (como los de Manuel H y Sady González), la del tranvía, el té y el vino tinto del Yanuba, el chocolate santafereño de La Florida o de la Puerta Falsa, los recitales de poesía y los conciertos de cámara del Teatro Colón, los boleros y danzones en la terraza del Tout va bien, y las líneas de bolos con cachifos que acomodaban los palos de la Bolera San Francisco.
La Bogotá que en su momento cantaron, versaron y escribieron Carlos Julio Ramírez, Víctor Hugo Ayala, Julio César Alzate, José Asunción Silva, María Mercedes Carranza, Juan Lozano y Lozano, Germán Arciniegas, Andrés Holguín, Felipe González Toledo, Jorge Zalamea, Hernando Téllez, Alfredo Iriarte, Germán Castro Caycedo, Fernando Garavito, Antonio Caballero, entre otras plumas del acontecer capitalino.
Esa Bogotá indescifrable y paramuna, siempre a expensas del tedio, el miedo y la locura, poblada de sombreros y paraguas prestos a capotear el repentino chaparrón, el hollín inexplicable, o la arremetida de un ladrón detrás de un fino Borsalino (sí, porque hubo cacos especializados en sombreros finos), o de un reloj francés de leontina, lujo de mostrar de elegantes caballeros de terno de paño inglés, abrigo o gabardina, calzado "tres coronas", e infaltable sombrero.
De antología
Que lo notifiquen doña Rosita Bermúdez de Ayarza y su señor esposo Ernesto Ayarza Ospina, pioneros de la cultura sombrerera de Bogotá, cuando las calles 11 y 12 con carreras 8ª y 9ª eran copiosas de sastrerías de renombre, depósitos de paño, paragüerías, y almacenes de sombreros como el de la firma Brando, donde don Ernesto trabajó y con el tiempo logró capitalizar para abrir su primer almacén, el San Miguel, de media docena de almacenes que con su mujer e hijos llegaron a atender.
Aquí en este mostrador atendí al doctor Jorge Eliécer Gaitán, y a personalidades de la política, el arte, la cultura y la vida bogotana
Doña Rosita marcó la diferencia patriarcal que reducía a la mujer a los oficios de casa, y se fue a hacer empresa hombro a hombro con su marido (cuya unión da cuenta de tres hijos: Marina, Marta y Germán, siete nietos y dos bisnietos), en la era boyante del sombrero y el buen vestir, cuando la carrera Séptima era una glamorosa pasarela, y en cafés y confiterías los cachacos brillaban como caballeros de fina estampa.
“Aquí en este mostrador atendí al doctor Jorge Eliécer Gaitán, y a personalidades de la política, el arte, la cultura y la vida bogotana. Nos queda ese orgullo, después de tantos años de bregas, porque en estos almacenes también hemos pasado las duras y las maduras, como cuando mi esposo estuvo encerrado tres días por el estallido de la violencia del 9 de abril del 48, y años después, por la toma del Palacio de Justicia, el 7 de noviembre de 1985, también cautivo mientras hacía una diligencia de banco. Por lo menos mató el duro rato tomándose unos whiskys con el gerente”, cuenta doña Rosita con exquisito humor.
Doña Rosita y su señor esposo Ernesto Ayarza Ospina son pioneros de la cultura sombrerera de Bogotá. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO
Germán, su hijo menor, espigado glaxo chapineruno modelo 63, arquitecto y restaurador, de terno, corbata y cachucha Stetson, nos ilustra sobre la casa-museo centenarista de primorosos balcones y ventanales, que comprende las sombrererías de los Ayarza Bermúdez, La Bogotá y la San Miguel, sobrevivientes del próspero negocio que antaño fue vender sombreros, y que aglutinó a almacenes como La Americana, el San Francisco y Plaza de Bolívar.
“Es un mito que el comercio de los sombreros este por el piso, como especulan por ahí. Como todo en la vida, hay temporadas buenas, regulares y malas. Nosotros hemos sabido mantener la línea de equilibrio. Pasamos de vender sombreros de fieltro a sombreros para ciclovía. Esa es la transgresión generacional del comercio. Pero la gente de buen gusto sigue viniendo a adquirir sombreros finos, igual que el campesino, el ganadero, el foráneo, todos ellos acostumbrados a esta prenda, democrática por excelencia”, apunta Ayarza.
Llevadas por la curiosidad de vitrinas, una terna de chicas ingresa al almacén para merodear por los aposentos atiborrados de sombreros, cachuchas de postín, pamelas y pavas de acreditadas y reconocidas marcas y estilos como Barbisio, una de las más solicitadas, Borsalino, Lago Marsino, Indiana, Ma (de Alemania),
Gardeliano, Panamá y sus derivaciones: sandoneño, aguadeño, suaseño y costeño, entre otros.
Con la finura y caballerosidad de un cachaco del antiguo Jockey Club, Germán dota a las visitantes de sombreros y pamelas encintadas, y ellas alegres y coquetas posan frente a los espejos, se hacen selfies, celebran y se ríen, “juventud, divino tesoro”.
Los herederos del señor Ernesto Ayarza continúan el negocio familiar. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO
Clientes famosos
En el recorrido por la flamante casona, Ayarza Bermúdez nos presenta a sus empleados de confianza: Hermes Rueda, oriundo de La Palma, Cundinamarca, de 66 años, 42 de ellos entregados a las sombrererías, maestro planchador de sombreros, quien dice que en todo este tiempo acabó por sentirse como un miembro más de la familia y un discípulo en permanente aprendizaje.
“Antes de fallecer mi padre, el 28 de julio de 2011, a los 85 años, me recomendó: "mijo, cuídeme a Hermes", y órdenes son órdenes. Igual que el cariño que sentimos por Gloria Molina, quien nos acompaña de hace 12 años”, subraya Ayarza.
Los familiares recuerdan las celebridades que han pasado por la tienda. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO
Vienen las fotos de César Melgarejo y a doña Rosita Bermúdez de Ayarza se le ilumina su mirada de cielo. Posa divina para la cámara y con Germán se nos antoja que tiene algo del carisma y magnetismo de la recordada Gloria Valencia de Castaño, primera dama de la televisión. En el primer registro aparece doña Rosita con la foto de Carlitos Gardel como telón de fondo, y otra antiquísima de Fenalco, la de un tranvía donde la mayoría de pasajeros, colgados de tubulares y barandas, van con sombrero.
Otros disparos de la cámara apuntan al grupo de familia, los nietos y bisnietos. Unas más junto a la máquina de coser que perteneció a don Ernesto Ayarza Ospina, cuando hacía sus probaturas de sastre. Sobre el mueble de la cosedora, una foto en blanco y negro del día de su boda.
La foto maestra la extrae Melgarejo de su chistera. Una toma de balcón a balcón donde se revela doña Rosita adornada de sombreros, y al fondo la Catedral Primada y un tramo entre verduzco y azulado de los cerros tutelares. De premio, o por lo menos para una nueva edición de 'Remiendos de la Memoria Bogotana', publicación de artes, costumbres y oficios, de la Alcaldía Mayor.
Germán aprovecha el jolgorio fotográfico para exhibir orgulloso, lo que él considera la "joya de la corona" de sus sombreros, un cubilete francés de pelo de castor, que perteneció al presidente Enrique Olaya Herrera, amén del sombrero de comercial de refrescos que alguna vez lució Michael Jackson.
La gente de buen gusto sigue viniendo a adquirir sombreros finos, igual que el campesino, el ganadero, el foráneo, todos ellos acostumbrados a esta prenda
La valiosa anécdota, es piedra de toque para adentrarnos en la vasta cultura del sombrero a través de los tiempos, desde el petaso (sombrero en griego antiguo) del dios Hermes, el 'Sombrero de Tres Picos', novela de don Pedro Antonio de Alarcón, que inspiró la música del ballet que lleva su nombre, autoría de don Manuel de Falla, el tricornio napoleónico, el celebérrimo gardeliano que consagró para la posteridad al Zorzal Criollo, el sombrero de ala ancha de don Juan Legido, con el que murió puesto en la madrugada del 28 de mayo de 1989, en un céntrico hotel bogotano...
“Y los sombreros de Pasión de Gavilanes en sus dos temporadas, esos tejanos pelo e'guama, que venían a comprar”, interpela Marina Ayarza Bermúdez, “y los clientes famosos que han desfilado por estos almacenes”, participan Vanessa Rothenberg y Germán Ayarza: “Rafael Escalona, Armando Manzanero, Fernando Gaitán (el de 'Betty la Fea'), Fito Páez, Rubén Blades, Tom Quinn, Carlos Pizarro, con su sombrero de la paz, y…”.
Y pare de contar, porque son las 5 de la tarde, y doña Rosita Bermúdez de Ayarza pide pista para abordar el automóvil que la llevará a su casa, no vaya a coger un resfriado, bella y chirriadísima dama con estas furiosas ventiscas de agosto, beso a usted su mano y me quito el sombrero.