También conocida como "la Salve", esta oración fue, en un principio una antífona, una breve pieza musical propia de las prácticas religiosas del cristianismo. En 1250, el Papa Gregorio IX la aprobó y prescribió para que fuera cantada.
La oración fue escrita en latín y , según la Enciclopedia Católica en Línea, su autoría se le ha atribuido a varias figuras tales como Hermann Contractus, Petrus de Monsoro y a Ademaro de Montiel. La misma enciclopedia afirma que las órdenes franciscana, cisterciense y aquella de las carmelitas.
Actualmente, la oración puede rezarse al final de cada misa o durante el Santo Rosario. Sin embargo, es más común rezarla para finalizar el último ritual. Además, las misas en honor a la Virgen María también concluyen con el Salve Regina.
El Salve Regina
Dios te salve, Reina
y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.
A ti llamamos
los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos;
y después de este destierro,
muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh, clementísima, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Para que nos hagamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
REDACCIÓN ALCANCE
EL TIEMPO