Sin pudor alguno

Difícil encontrar en los anales de las persecuciones de los gobiernos totalitarios a la prensa libre un episodio más provocador y carente de recato alguno como el que acaba de ocurrir en Venezuela. La sede del tradicional diario El Nacional de Caracas fue entregada, por orden de una jueza, nada menos que a Diosdado Cabello, a juicio de conocedores, el número dos de la revolución bolivariana en el poder desde 1999.

Como se recuerda, Cabello demandó al medio en 2015 por difamación luego de que este retomara en sus páginas un reportaje del diario ABC de Madrid, en el que se exponían sus vínculos con el narcotráfico. Tras los ires y venires judiciales, El Nacional –que hace parte con EL TIEMPO del Grupo de Diarios de América– fue condenado por el Tribunal Supremo de Justicia a pagarle a Cabello una suma cercana a los 11 millones de dólares. Una decisión a la que le siguió la del embargo de la sede y, en medio de todo tipo de irregularidades, entre ellas la de saltarse el requisito de la subasta, la de entregarle el bien a quien muchos consideran el verdadero hombre fuerte del régimen.

El absurdo hecho es un abierto desafío a las organizaciones que en el país vecino y en el planeta luchan por la libertad de expresión y contra el acoso de los gobiernos, sobre todo de dictaduras, como es el caso venezolano, a la prensa independiente. En ese país ya son más de cien los medios de comunicación que han desaparecido. El Nacional tuvo que dejar de circular como periódico impreso dadas las restricciones de al papel.

Tan desvergonzado es el asedio que el mismo Cabello, en su programa de televisión, no tuvo problema en anunciar su siguiente objetivo: “Ahora me dan ganas de ir por la página”, en referencia a la edición digital que, contra todas las adversidades, aún sobrevive en una gesta constante y irable. Como la de todos los que en Venezuela se resisten con inmenso valor a un futuro de opresión y que debe recibir hoy la solidaridad plena de la prensa libre.

EDITORIAL