Lo que asfixia

Cuesta respirar ante la incertidumbre, las desigualdades y la falta de liderazgo.

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Con esta pandemia sucede algo parecido a lo que ocurre con las aguas turbulentas: al comienzo, los torbellinos impiden ver el fondo, pero de repente cesa el movimiento, las partículas se sedimentan y uno puede apreciar lo que hay, mientras la basura emerge a la superficie. El asesinato de George Floyd (que se suma a cientos de casos similares) nos conmovió. La perversidad, la crudeza, el abuso de autoridad y la falta de justicia han despertado nuestra indignación... #enoughisenough. ¡Suficiente! Esto, sumado al covid- 19, genera una reacción ante la asfixia social que se está viviendo.
Cuesta respirar ante la incertidumbre, las desigualdades y la falta de liderazgo ¿Quién te representa? ¿Quién aboga por ti y siente tu dolor? ¿Quién valora tu ciudadanía? Decantado el sedimento, todo esto se presenta con total claridad frente a nosotros. No se pueden ni se deben normalizar las injusticias.
No es casualidad que en nuestro país, las regiones más críticas y desprovistas para enfrentar la pandemia sean el Amazonas, el Pacífico y el Caribe; las tres con una presencia indígena y afrodescendiente notable. Comparten viejos problemas, como la falta de servicios de salud de calidad, agua y saneamiento básico, conectividad, desempleo, debilidad institucional, entre otros, y aquí, al igual que en Estados Unidos, esas condiciones tienen color, desafortunadamente. Entonces se vuelve a la frustración de –otra vez– ser los últimos, los empobrecidos, las víctimas, y que el sufrimiento de ciertos grupos versus otros no le importe a nadie en las instancias de decisión y poder.
Algunas de las imágenes me recordaron las movilizaciones multitudinarias de hace tres años en el Pacífico colombiano, diciendo “el pueblo no se rinde, carajo”; queremos vivir, no solo tratar de sobrevivir. Uno de los pilares de la globalización social ha sido la lucha contra la discriminación, justamente por la magnitud que tuvo la esclavitud como uno de los más grandes fenómenos transnacionales. La vida de la gente negra importa en Ferguson, Río de Janeiro, Madrid o Bojayá, y ahí donde el racismo estructural se manifiesta, encuentra una respuesta de rechazo con un eco global. No son ellos, somos nosotros.
En el ámbito literario, diferentes autores han planteado el sentido de la otredad y la creación de lo racial como sistema de dominación, en tiempos y geografías diversas. Toni Morrison, en sus dos últimos libros, ‘El origen de los otros’ y ‘La fuente de la autoestima’, coincide en los argumentos de ‘En mi piel’ (‘Na mihna pele’), del gran líder cultural de Brasil Lázaro Ramos, o con ‘Afrotopía’, del senegalés Felwine Sarr, y ‘Americanah’, de Chimamanda Ngozi Adichie, e incluso con una parte de ‘El poder de lo invisible’, que publiqué hace un par de años.
Esta semana me llamaron algunos amigos para decirme que en EE. UU. la situación es peor que acá, que no hay punto de comparación. Es muy triste ver la ignorancia en temas que no son marginales y no se pueden juzgar de acuerdo con cosas pequeñas de la propia subjetividad. Ser antirracista es una acción que implica estudiar, involucrarse y trabajar, y no solo decir cosas obvias como que solo hay una raza, que es la humana. Aquí estamos hablando del racismo como un sistema de exclusión que a propósito ha limitado el avance y la vida de ciertos grupos de la población. Un solo ejemplo: la mayoría de los líderes sociales asesinados recientemente en Colombia son de comunidades étnicas, así representemos ‘solo’ entre el 10 y el 15 por ciento de la población (ahora que el nuevo Censo prácticamente nos borró).
De manera que en este país también se les pone la rodilla a muchas comunidades para asfixiarlas. Es clave decirnos la verdad y dejar de justificar lo injustificable. Ojalá que no tengamos que esperar a que se publique otro video para reconocerlo.
PAULA MORENO
En Twitter: @paulamorenoz

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