Organizado por Servicios Audiovisuales de la Embajada de Francia en Colombia, siendo la primera edición virtual de un importante festival realizado presencialmente año tras año durante dieciocho ediciones consecutivas, el 1.° de octubre se inauguró con una impactante ópera prima ganadora del Premio del Jurado, en Cannes 2019: Los miserables, dirigida por el joven afrofrancés Ladj Ly –nacido en la República de Mali–. Bajo las constantes del odio y la brutalidad policial, una brigada antidisturbios de los barrios periféricos de París, habitada mayoritariamente por inmigrantes de sus antiguas colonias africanas, se transa en una lucha sin cuartel contra niños y adolescentes víctimas a su vez de continuos atropellos por tales fuerzas represivas. En el trajinar de sus cotidianidades, tres elementos pertenecientes a dicho comando de patrullaje abusan de su autoridad y al pretender controlar unos desmanes con armas no letales hieren a un muchacho cuya única falta fue la de esconder un león cachorro perteneciente a un circo de gitanos. De ritmo frenético y escenas masivas muy bien editadas, cualquier parecido con episodios recientes acaecidos en la capital colombiana es pura coincidencia.
Jeanne, escrita y dirigida por el veterano autor normando Bruno Dumont, resultó ser una fiel adaptación teatral en espacios abiertos del dramaturgo Charles Peguy. En efecto, Juana de Arco, la llamada doncella de Orleans, comanda el ejército galo por designios divinos a sus dieciocho años y se enfrenta al temible invasor inglés para defender a París de más atropellos extranjeros en la Guerra de los Cien Años. Cuando los monjes inquisidores, desde las preciosas locaciones góticas de la catedral de Amiens, juzgan sus actuaciones heroicas como vocera de poderes malignos, la sentencia a muerte es inapelable. El frío academicismo de Dumont salta a la vista y aleja a muchos espectadores: cámara estática por varios minutos en varios planos secuencia, rígida fortaleza medieval, dunas desoladoras de Calais y niñita con armadura –la debutante Lise Leplat Prudhomme, cuya sola presencia parece reencarnar al modelo original–. En la historia del cine son célebres las versiones conducidas por el maestro danés Carl Th. Dreyer –una de las grandes obras de arte de todos los tiempos–, la del místico francés Bresson, aquella del renovador italiano Rossellini –protagonizada por su esposa Ingrid Bergman– y la no menos contundente del vienés Otto Preminger –al lado de Jean Seberg–. Para borrar, la histérica versión comercial del irregular Luc Besson, en 1999, con esa pésima actriz que fue Milla Jovovich.
Entre otras novedades: Habitación 212, según Christophe Honoré, y La muchacha del brazalete –estrenada en salas parisinas antes de iniciarse la pandemia–. Mientras que la primera recrea un viaje al pasado de infidelidades amorosas y del subconsciente culpable, desde un apartamento cualquiera y su vista de enfrente, la segunda se refiere al asesinato no premeditado de una adolescente, producto de una noche de farra, con las acusaciones que recaen sobre cierta compañera de estudios y su consecutivo proceso en el tribunal. Con la estupenda y muy de moda Chiara Mastroianni, hija igualmente de la Deneuve, un primer caso explora imaginariamente las permisividades conyugales, sin caer en lugares comunes; a partir de una película argentina, que reconstruye un proceso verídico, las relaciones familiares deterioradas y el espíritu relajado e independiente de su juventud hacen mella sobre el espectador.
De las películas ya estrenadas en casa por los independientes hubo tres o cuatro ejemplos que merecer un recordatorio. Empecemos por Frantz (2016), según el neorromántico François Ozon, inspirado por un viejo drama sentimental del maestro berlinés Ernst Lubitsch, cuando le rinde tributo a un soldado bisexual alemán caído en pleno conflicto europeo; allí, una desconsolada joven de Baviera que, habiendo perdido al enamorado, visita todos los días su tumba y descubre a un enemigo galo que también le lleva flores. Un momento de amor, por la realizadora Nicole García, no se queda atrás al recrear la ninfomanía encarnada por Marion Cotillard y la recuperación en un elegante sanatorio suizo. Ella, inducida a casarse como terapia inicial, termina sobrellevando los desvaríos mentales originados por piedras o cálculos renales. Para proseguir con las temáticas dominantes del desamor: Tres corazones, del muy prolífico Benoit Jacquot, con Charlotte Gainsbourg y la Mastroianni, pone a prueba las mentiras de un agente fiscal en provincia cuando sostiene un desliz con una caminante nocturna y después de una cita frustrada se tropieza con la hermana de la anterior que terminará siendo su esposa y por quien guardará el secreto de por vida.
Del 8 al 14 de octubre, por redes y plataformas on line se habilitó el sexto BIFF; es decir, el Bogotá International Film Festival, llamado esta vez Viral Edition bajo la diestra conducción de Andrés Bayona. Su film de apertura: Siberia (Abel Ferrara, Alemania-Italia, 2020), con el protagonismo omnisciente de Willem Dafoe, un experimento antinarrativo que divaga en el tiempo, mezcla sueños con recuerdos confusos del subconsciente, se reencuentra con sus seres amados fallecidos, tambalea frente a las ciencias ocultas y se desplaza sin hilos conductores del riguroso invierno polar al desolado desierto y las cavernas recubiertas de un verde follaje mexicano.
Interesante resultó el reportaje chino con agricultores ancianos y jóvenes criados o de regreso a las llamadas aldeas familiares de la Revolución Cultural: Nadar hasta que el mar se vuelva azul, del reputado cineasta cabecera de una sexta generación Jia Zhang-ke: en dos horas y dieciocho capítulos, la transparencia del documental le da la palabra a quienes siguieron el consejo del presidente Mao sobre “fuerza en la unidad”, grupos de ayuda mutua (“porque Dios creó la aldea y el hombre, la ciudad”) y prácticas de labriegos sabios, quienes debieron corregir los suelos alcalinos al filtrar el agua antes de regar los cultivos.
Menos grata terminó siendo la exploración visual del sadomasoquismo brasileño en cámara fija: Vil, Ma. Se trata del reportaje bastante perturbador de una escritora de populares folletines eróticos y perversas novelas. Vilma Acevedo, o Edivina, dominatriz de 75 años, terapeuta sexual nata como ella se autodefine; habla sin tapujos de sus esclavas domésticas y de nervios sobrexcitados por golpizas que no producen dolor, sino placer; muestra en cámara su colección de látigos y escucha, sin sonrojarse, las prácticas de genitales mutilados o apachurrados de sus pacientes con textos propios leídos en vivo y directo. Se requieres nervios de acero para soportar descripciones escatológicas, castigos autodestructivos y rituales peligrosos ubicados en el filo de la navaja. ¡Lo que uno soporta ver en las pantallas chicas!
Mauricio Laurens – Cine al Ojo
maulaurens@yahoo.es