He tenido la fortuna de cubrir uno de los eventos más demandantes de los últimos años: la COP16. La cumbre mundial por la biodiversidad. El encuentro de un centenar de naciones que intentan hallar salidas a la triple crisis climática que amenaza al planeta. Y Cali, la capital del Valle del Cauca, fue la ciudad anfitriona.
Dos hechos relativamente recientes pusieron a Santiago de Cali en la mira de la opinión pública. Uno fue el estallido social del 2021, que por poco acaba con la ciudad y con su aparato productivo. Si hubo una capital que sintió de verdad el embate de los violentos fue esta, la también llamada Sultana del Valle. Las protestas, válidas por supuesto, derivaron, sin embargo, en enfrentamientos de odio que se saldaron con vidas, con heridos, con escasez, con niños atemorizados y la parálisis del comercio.
Y el otro hecho fue la elección del actual alcalde, Alejandro Eder. Muchos dudaron de su triunfo porque representaba la institucionalidad, venía del sector privado y desde hacía tiempo quería asumir las riendas de la ciudad para sacarla de la época oscura en que, según varios de sus aliados, la dejó sumida su antecesor.
Los restaurantes, bares y discotecas no daban abasto. Foto:Juan David Cuevas. EL TIEMPO
Pero llegó la COP16 y ahora Cali es otra. Dos semanas aquí han permitido mostrar la ciudad que debe ser. Claro, la COP ayuda, los ríos humanos que inundaron todas las calles lo confirman. A la diversidad propia que caracteriza a esta ciudad, se sumó el pueblo africano, los asiáticos, los europeos, los escandinavos. Uno se los encontraba en cualquier corredor de la Zona Verde, epicentro de los eventos culturales, o en la zona azul, territorio designado por Naciones Unidas para las conversaciones de fondo.
Los restaurantes, bares y discotecas no daban abasto. Las muestras gastronómicas, las artesanías, el sinnúmero de eventos, conferencias, charlas, performance, actividades artísticas callejeras, emprendimientos de todo tipo y demás colmaron cada espacio de la ciudad. Era como estar en Navidad o en la tradicional Feria de Cali, solo que con un público universal. Durante 12 días la capital del Valle fue una especie de aldea global.
Y todo el mérito es para su gente; para sus autoridades, para la Gobernación del Valle y para el Gobierno Nacional, que sacó adelante la COP.
Los caleños se volcaron en atenciones. No escatimaron esfuerzos a la hora de resolver las dudas de los visitantes. Policías, taxistas, meseras o simples ciudadanos de a pie se hacían entender a como diera lugar. “Open the bag”, decía un joven auxiliar de policía a la delegación canadiense. “Mister, taxi, to the city”, intentaba articular un taxista cerca de la zona azul.
Si los Juegos Panamericanos de los 70 fueron durante décadas el gran símbolo de la unidad de los caleños, la COP16 de la biodiversidad tiene que ser, de ahora en adelante, el legado, el motivo, la gran causa de la ciudad.
Más de 800.000 personas visitaron la zona verde (se esperaban muchas menos), repleta de espacios y pabellones en los que se brindaba información relativa a temas medioambientales. Pero también hubo lugar para la economía popular, las muestras de 200 emprendedores verdes, artesanos, artistas, mercados campesinos, etc. Solamente en la Ciudadela de la Biodiversidad, los emprendimientos registraron ventas superiores a los 400 millones de pesos. Hubo más de 15.000 reservas de vuelos internacionales, 63 por ciento de ellas relacionadas con el sector turístico. La ocupación hotelera superó el 90 por ciento.
Es tan impresionante lo que sucedió en Cali durante estas dos semanas que ahora el reto es cómo mantener ese legado. Cali debe convertir la causa de haber sido la capital mundial de la biodiversidad en una nueva marca que le permita mostrar ese otro estallido que acaba de vivir: el de la convivencia, la alegría y el optimismo. Y tiene argumentos para hacerlo. Lo reconoció el secretario general de Naciones Unidas, el señor Guterres; lo reiteraron las autoridades nacionales, lo expresaron delegaciones de varias partes del mundo. La ciudad estuvo hermosa, segura, comprometida y con una muestra de civismo que nunca debió desaparecer.
Si los Juegos Panamericanos de los años 70 fueron durante varias décadas el gran símbolo de la unidad de los caleños, de sus autoridades y sus empresarios, la COP16 de la biodiversidad tiene que ser, de ahora en adelante, el motivo, el mandato, la gran causa de una ciudad que ya no simboliza los estallidos destructivos sino que encarna el anhelo de un pueblo diverso, multicultural y consciente del desafío que le espera; un pueblo cada vez más convencido de que sí se pueden hacer las cosas bien, sí se puede creer.
Felicitaciones, Cali, y felicitaciones, caleños.
He tenido la fortuna de cubrir uno de los eventos más demandantes de los últimos años: la COP16. La cumbre mundial por la biodiversidad. El encuentro de un centenar de naciones que intentan hallar salidas a la triple crisis climática que amenaza al planeta. Y Cali, la capital del Valle del Cauca, fue la ciudad anfitriona.
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