Vuelve el fenómeno de El Niño y ha sido poco lo que hemos aprendido para hacerle frente.
Pues, si bien no es un evento nuevo, la periodicidad con que se repite y la magnitud de sus impactos son cada vez mayores como consecuencia del calentamiento del océano Pacífico, que, para el caso nuestro, implica elevadas temperaturas por periodos prolongados y sequías en los cuerpos de agua, situaciones que tienen múltiples efectos en los entornos urbanos.
Aunque pasó desapercibido, semanas atrás expertos de las Naciones Unidas advertían que sería inminente la llegada de dicho fenómeno meteorológico este año, con probabilidades cercanas al 80 %.
El comunicado de prensa indicaba que podría iniciar entre julio y septiembre. Si bien no mencionaba qué tan prolongado o intenso podría llegar a ser en esta ocasión, lo cierto es que tendrá impactos en varios países y ciudades como ya se ha visto en otras oportunidades.
La evidencia reciente nos ha demostrado cómo El Niño modifica los patrones de las condiciones climáticas, donde las lluvias se reducen y el aire se calienta, aumentando los incendios forestales, situaciones que afectan no solo los bosques y las coberturas vegetales, sino el aire que respiramos.
Con bajas temperaturas pero un sol despejado amaneció Bogotá. Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO.
Basta con ver lo sucedido en Nueva York, en días pasados, cuando las corrientes de viento provenientes de los incendios forestales en Canadá llegaron a la Gran Manzana. En Bogotá ya lo hemos vivido en varias ocasiones; la más reciente ocurrió a comienzo de año, cuando los incendios en la Orinoquia deterioraron los índices de la calidad del aire en la ciudad.
Pero las sequías que se registran también generan otros impactos que afectan la calidad de vida en las ciudades debido al aumento del costo de los alimentos y los servicios públicos.
No podemos negar la interdependencia con el medioambiente y los efectos de los fenómenos naturales
En el primer caso, el fenómeno afecta a los agricultores, quienes tendrán dificultades para el riego de los cultivos y la crianza de animales por la disminución de los caudales y los ríos, hecho que disminuye los volúmenes de producción de alimentos e incrementa su costo. Por ende, será difícil controlar la inflación que desde hace un tiempo golpea el bolsillo de los hogares bogotanos.
En el segundo caso, las sequías tienden a afectar, además, el suministro de agua para los cultivos, así como también la producción de energía que se genera a través de las hidroeléctricas, de allí los anuncios de los incrementos en las tarifas de servicios públicos y la necesidad de realizar ajustes a los subsidios para los estratos bajos.
Este problema también impacta a los s de acueducto y agua potable, pues los embalses tienden a disminuir su capacidad ante el fenómeno de El Niño, lo que ha
ocasionado, en otros momentos, que se dicten restricciones para reducir el consumo de agua destinado a actividades no prioritarias.
No podemos negar la interdependencia con el medioambiente y los efectos de los fenómenos naturales, como el que se aproxima, por la fluctuación de las temperaturas en los océanos y los cambios en las condiciones atmosféricas. Y aunque la ciencia ha avanzado para comprenderlos y predecirlos con antelación, aún falta desarrollar mejores políticas de mitigación y adaptación al cambio climático.
No podemos, simplemente, esperar a resolver sobre la marcha los inconvenientes que desde ya se avizoran en términos económicos, ambientales y sociales por el fenómeno climático. Es urgente que los gobiernos locales mejoren sus instrumentos de respuesta ante diferentes escenarios que se pueden presentar, más ahora cuando no se sabe cuánto va a durar y la magnitud de sus impactos.
De cualquier manera, necesitamos apostarle a ciudades más sostenibles y resilientes, donde es fundamental involucrar más a los ciudadanos para que cambien sus patrones de consumo y comportamiento.
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