Estoy escribiendo una nueva columna para la Revista BOCAS mientras tengo unas imágenes muy vívidas rondando mi cabeza.
Ahora mismo, tecleo este artículo desde mi habitación de hotel en París, pensando en cómo la moda se ha convertido en un artefacto cultural capaz de encapsular, en una sola prenda, el pulso de una generación.
En un diario francés, leo que hace cien años París fue sede de una Exposición Universal. Corría el año 1925. Europa se estaba recomponiendo de la Primera Gran Guerra, cuyas cicatrices permanecerían para siempre.
Fue también la década en que aparecieron objetos que capturaban el ADN de una época vertiginosa: al lápiz labial se sumaron la coctelera y el reloj Atmos.
Moda de la década de los 20. Foto:Freepik
En la moda, Coco Chanel liberó a la mujer de la opresión del corsé, y el estilo garçonne comenzó a caminar por las calles de unas capitales que, como el edificio Chrysler, crecían con la ambición de rozar el cielo.
Cien años después, vivimos un presente agitado. La industria del lujo atraviesa un momento de transición hacia un futuro incierto. Este vaivén de la historia se refleja en unas colecciones que han dejado atrás la corsetería que había resurgido en la alta costura, y que ahora abrazan prendas que juegan con volúmenes circulares y costuras abiertas, como si las piezas estuvieran aún en proceso.
Me emocionó comprobar, una vez más, que el amor por una profesión, la entrega, el talento y la bondad siempre terminan abriéndose paso
Lo vimos en Prada, lo mostró Givenchy con el debut extraordinario de la británica Sarah Burton, y esa transformación del corsé en una pieza liberadora también se hizo evidente en la propuesta ready-to-wear del estadounidense Daniel Roseberry para la icónica casa sa Schiaparelli.
En Alaïa, el círculo envolvía los cuerpos de unas modelos cuyas caderas se expandían más allá de los límites del cuerpo. Algo parecido ocurrió en Yamamoto, Courrèges y Miyake, en algunos de los últimos desfiles que he presenciado en París.
El baile de las sillas musicales sigue en marcha. En Milán, por ejemplo, Gucci y Fendi están sin director creativo. Missoni y Bally acaban de cambiar de diseñadores (en el caso de Bally, hoy se anunció que su último director creativo, Simoni Bellotti, asumirá el liderazgo de Jil Sander).
Bottega Veneta no organizó desfile alguno mientras espera la llegada de Louise Trotter, procedente de la parisina Carven, y todo indica que la emblemática Versace podría ser adquirida por Prada.
En medio de esta oleada de cambios, hoy quiero compartir el orgullo que siento al haber presenciado el debut de un colombiano en una de las casas de moda más prestigiosas del mundo.
Haider Ackermann, nacido en Bogotá, se presentó esta semana como director creativo de Tom Ford, y lo hizo con una colección magistral que supo hacer dialogar el legado de Tom con los vientos de un mundo nuevo.
Sastrería impecable, la dosis justa de sex-appeal y un estallido de color brillante e intenso conmovieron al propio Tom Ford, quien observaba desde la primera fila. No fue el único en emocionarse hasta las lágrimas. Yo también lloré. Lloré de felicidad al ver triunfar a un amigo. Me emocionó comprobar, una vez más, que el amor por una profesión, la entrega, el talento y la bondad siempre terminan abriéndose paso y alcanzando la cima.
Sigue soñando así, querido Haider. Tus sueños son también los nuestros.
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