Ana, solo tiene siete años, y es la popular del curso. Todos la quieren, pues acompaña a sus amigos cuando están tristes, sabe cómo hablarles, siempre dice lo que toca y se equivoca muy poco. Ana tiene una inteligencia emocional superior, lo que la hace una líder natural. Entiende muy bien sus emociones y, además, las expresa correctamente dentro de su medio social.
En cambio, Juan (8 años) saca buenas calificaciones, es pilo, pero los niños lo rechazan. Juan solo es capaz de pensar en sí mismo, es hijo único y no sabe cómo compartir con los demás. Habla como un adulto y esto asusta a sus compañeros. Juan parece ser intelectualmente superior en lo académico, mas no en lo emocional.
Así que si pensabas que la inteligencia era solo la capacidad intelectual, estás muy equivocado. El concepto de inteligencia ha venido ampliándose y cada día se investiga y se descubre más sobre el tema. Por ejemplo, sabemos con certeza que solo la inteligencia como capacidad intelectual (CI) no es suficiente para explicar el éxito o fracaso de las personas.
Howard Gardner propuso un modelo que abarca siete componentes y que pueden ser siete inteligencias diferentes. “Nos habla de la inteligencia matemática, de la verbal, la musical, la corporal (la tienen los grandes deportistas), la espacial (los artistas y arquitectos), la interpersonal (las personas que son buenas en relaciones públicas) y la emocional.
(Puedes leer: Las emociones y el carácter del niño empiezan a formarse con el afecto intrauternio)El origen
El concepto de inteligencia emocional fue introducido por el psicólogo Daniel Goleman en su libro con el mismo nombre. La importancia de su aporte radica en ver cómo “las habilidades emocionales” se pueden desarrollar y son las que determinan el éxito de un individuo.
Para entenderlo, debemos saber que cuando hablamos de “inteligencia emocional”, estamos hablando de la “capacidad de conocerse a sí mismo” y también de “relacionarse con los demás”. Estos dos factores, inteligencia “intrapersonal” e “interpersonal” son claves. Es algo así como si tuviéramos dos cerebros y dos tipos de inteligencia: la “racional” (conocida como el coeficiente intelectual) y la “emocional”. Como nos vaya en la vida está determinado por ambas, no por una sola, como se creía. De esta manera, se sabe ya que el intelecto no puede mostrar su óptimo desarrollo sin inteligencia emocional.
La capacidad intelectual sola nunca ha sido garantía de éxito. Hemos visto cantidad de ejemplos en la historia: genios como Einstein, Beethoven, etc., que nunca fueron felices y, además, su vida emocional era un caos total. A ellos les faltaba “inteligencia emocional”. Existen niños que nacen con ella más desarrollada y son muy hábiles para manejar sus emociones y las de los demás. Los grandes deportistas son capaces de competir con todo su esfuerzo a pesar de una derrota previa. El deportista que no pueda hacerlo, nunca triunfará. Hay personas que tienen los ingredientes necesarios para alcanzar éxito social, ser simpáticos y tener carisma.
Para tener en cuenta, las habilidades claves de la inteligencia emocional son: la automotivación (tener intereses, querer hacer cosas), la persistencia, el control de los impulsos, la empatía, la esperanza y la capacidad de no permitir que la desesperanza o emoción negativa invada nuestra capacidad de pensamiento.
(Te puede interesar: Aprenda a reconocer y entender las emociones de su hijo)Aquellas personas con gran inteligencia social se conectan fácilmente a las emociones de los otros, son astutos para leer las reacciones y sentimientos de los demás, pueden manejar disputas y conflictos. Son líderes naturales que pueden expresar las emociones de un grupo y guiarlo hacia sus objetivos. Esto es la inteligencia interpersonal, que sumada a la inteligencia intrapersonal da como resultado una persona con un excelente equilibrio emotivo.
En cambio, hay otros que poseen muy poca “capacidad emocional”. Son incapaces de entender si están tristes o bravos, no alcanzan a distinguir la emoción y mucho menos su causa. Dicen y hacen cosas impulsivas que chocan y ellos ni siquiera se dan cuenta, no parecen ver la correlación entre lo que dicen y hacen y cómo esto afecta a otros.
Se frustran fácilmente, son lo que se llama “malos perdedores”. No se reponen fácilmente de cualquier pérdida y, por tanto, sufren mucho. Estos niños pueden tener grandes talentos intelectuales, artísticos y deportivos, pero si les hace falta esa inteligencia emocional pueden fácilmente llegar a ser unos mediocres.
¿Cómo se estimula?
La inteligencia emocional, con sus componentes claves, es susceptible de ser estimulada y desarrollada.
A un niño le puedes enseñar a aguardar su turno, a esperar un premio, a ser amable con los padres, a ponerse en los “zapatos del otro”, a controlar sus impulsos. Esto lo pueden enseñar los colegios, pero lo pueden estimular a diario los padres.
Conocer la emoción que lo asalta a uno y saber qué hacer con ella es tarea importante. Los triunfadores en el futuro serán aquellos que manejen sus emociones, pues los conocimientos, en sí, ya no serán tan importantes.
Ojalá los educadores de los niños de hoy se preocupen por promover estas habilidades. Hay que cuidar y estimular la “vida afectiva” de los niños y desde muy temprana edad exponer a los niños a estos conceptos. Esto les dará las destrezas sociales, tan necesarias en su futuro.
Nuestros niños van a necesitar que se les enseñe autocontrol, autoconocimiento, la expresión de sus sentimientos, la necesidad de ayudar a los demás, para así poder ser felices.
Cómo estimular la inteligencia emocional
La psicóloga Annie de Acevedo comparte estas pautas, que puedes aplicar en casa y así fortalecer el desarrollo emocional de los niños:
1. Enséñale a expresar sentimientos: por ejemplo, pregúntale todos los días: ¿Dinos algo bueno que te pasó? ¿Qué te puso feliz? ¿Qué te puso triste? -Hacerlo a diario-.
2. Enséñele a ponerse en los zapatos del otro... Si esto te pasara a ti, ¿qué harías?
3. Ten reglas y consecuencias claras. Di y haz lo mismo. Escribe las reglas y colócalas en un sitio visible.
4. Reflexiona sobre cuáles son sus valores sociales. Acuérdate que tu ejemplo (la manera como tratas a los demás) es lo que tu hijo va a seguir.
5. Promueve lo positivo e ignora lo inadecuado.
6. Estimúlalo para seguir un ‘hobbie’ o para que haga una tarea de principio a fin.