A la mayoría de los padres, con niños entre los 2 y 3 años, en edad de ir al jardín, les asalta cierto temor por pensar si su niño se adaptará con facilidad a esa nueva etapa, en la que estará fuera de casa y compartirá con personas diferentes a ellos o a quienes les son familiares.
Esa forma de pensar es plenamente normal, sostiene Amanda Fonnegra, educadora y psicóloga infantil, pues hasta ese momento, “los pequeños están en el hogar; en una urna protectora, hermética y sin duda, complaciente. Además, no socializan con otras personas diferentes a sus padres o a quienes están, en el día a día, cuidándolos”.
Así mismo, otra duda que puede surgir es: si ellos, quienes son reyes en casa; acostumbrados a que el mundo gire a su alrededor; que con solo balbucear, señalar o mirar lo reciben todo, podrán acoplarse a que esa atención ya no sea única sino compartida, a que ya los juguetes o lo que desean no será solo para ello. En otras palabras, ¿podrán compartir con sus pares, seguir su desarrollo y socializar?
Los pequeños son el centro de atracción del entorno en el que nacen, es totalmente entendible, indican los psicólogos como Daniela Cosme, que en primera instancia se muestren “individualistas, celosos y que no compartan. No por el hecho de ser envidiosos, sino simplemente, porque desconocen el significado de compartir y, hasta entonces, no han visto la necesidad o la motivación para hacerlo”.
Igualmente, añade Cosme, “ellos, al igual que los padres, sienten prevención y temor de relacionarse con otras personas que les son ajenas y que nunca habían visto, por ello es muy posible que esa primera relación con sus pares y otros adultos, se torne individualista y algo egoísta”.
Lo importante, dicen las entrevistadas, es que ese actuar hace parte del desarrollo. María Isabel Grenier, psicóloga clínica y educativa de la Uniminuto, anota que cuando el niño va al jardín “está en proceso de aprender a compartir”. En esa edad, es normal que él piense que todo le pertenece, por lo que le cuesta compartir con otros niños”. Para ella, un aspecto vital de la crianza de los padres y del círculo familiar es estimularlo para que encuentre espacios de socialización, hábitos y normas, que lo ayuden a interactuar cada vez mejor.
Por su parte, la doctora Fonnegra, explica que “la sobreprotección de esos primeros años puede ser una de las causas para que los pequeños no compartan, ni se relacionen fácilmente con posibles nuevos compañeros de juegos y de vida. Cuando los padres no permiten que los pequeños actúen a su manera, sino que quieren dirigirlos, incluso en el juego, puede pasar esto, pues se genera dependencia”.
Isabel Rodríguez, terapeuta ocupacional de la Universidad Manuela Beltrán y directora de ConstruirFamilia, sostiene que los niños en general, ni son envidiosos o individualistas. “Lo que ocurre es que en la primera infancia, vivencian el juego simbólico y se comunican esencialmente a través de sus juguetes y demás objetos que les permitan desarrollar su pensamiento lúdico y social. Estos objetos logran crear en ellos pertenencia y territorialidad frente al lugar en el que duermen, guardan sus cosas y vivencian como su espacio, como usualmente son su habitación o su hogar”, por ello, desplazarse a otros escenarios, les exige aprender un nuevo comportamiento.
En conclusión, los niños no heredan o nacen con envidias ni individualismos, sino que construyen hábitos en casa con su familia, que les permiten establecer relaciones con los demás y desarrollar su personalidad.
Lo primero que hay que tener claro, explica la doctora Grenier es que los cambios para cualquier persona, no son fáciles, en especial para un niño pequeño que aún está construyendo herramientas personales y emocionales para asimilarlos, de manera más adecuada.
Además, continúa la psicóloga, “uno de los retos que enfrentan los padres de hoy es el tiempo con el que disponen para estar presentes y educar a sus hijos. Gracias a sus agendas laborales deben delegar el cuidado y crianza a los abuelos o personas que les apoyen en esa labor. Ante esta situación, los pequeños se enfrentan a adultos que les exigen valores y normas distintas, que los confunden e impiden que sus relaciones con otros, tanto adultos como niños, sean asertivas para su edad”.
Para la experta, resulta primordial, que los adultos que tienen la responsabilidad de educarlos, lleguen a ciertos acuerdos, en donde primen las normas que aboguen por compartir y darles a los niños tiempo de calidad.
Según la experta Isabel Rodríguez, los padres deben lograr que el niño socialice constantemente con sus familiares y amigos cercanos. “Esto podría ayudar a que el niño construya el valor de vivir en comunidad y de compartir con los demás, para que así, al llegar al jardín, sea más fácil su adaptación.
“Es importante que papá y mamá se acerquen con el niño al jardín, antes de matricularlo a fin de lograr que el niño sienta interés y gusto por los espacios, los profesores y sus pares que allí se encuentran”.
Es posible que te preguntes: ¿Cómo enseñarles a compartir? Pues bien, como lo indica la terapeuta y directora de ConstruirFamilia, la creación de hábitos -básicos en la crianza en general-, es un medio eficaz para enseñar a compartir. “Si los padres socializan, dan, e incluyen y permiten que quienes estén cerca de los niños interactúen con ellos en la primera infancia, los chicos reproducirán dichos hábitos y, con el tiempo, al relacionarse con los demás, los convertirán en valores”.
En el proceso de adaptación al jardín, tanto la familia como la unidad educativa deben ser conscientes de que este proceso no es fácil de manejar, y que requiere de un tiempo y un trabajo conjunto familia-jardín para guiar y ayudar al niño a adaptarse.
Finalmente, una de las herramientas que prepara mejor a un niño a asumir cualquier cambio es “brindarle desde casa, la independencia que requiere de acuerdo a su edad para que aprenda a realizar actividades cotidianas como comer, vestirse o ir al baño, a través de las rutinas, eso sí, estableciendo normas claras. Con ello, el niño irá ganando autonomía y seguridad para enfrentar diferentes tipos de situaciones y, por supuesto, los cambios, concluye la doctora Rodríguez.